TRIBUNA
¿La ruleta rusa o tiros por la culata?
No
soy un especialista en asuntos internacionales; apenas un inquieto y preocupado
espectador. Me aproximo a estos complejos temas políticos como un asombrado
diletante más. Hablando con el doctor Gerardo Ferri, un querido amigo y buen
observador, surgió esto de la “ruleta rusa” y “los tiros por la culata”. La
famosa ruleta rusa es un juego macabro de azar, potencialmente mortal, que
consiste en que un jugador coloque una bala dentro del tambor del revólver,
gire el cilindro, ponga el cañón en su sien y a suerte y verdad, presione el
gatillo. Este loco y temerario juego generalmente se da entre dos o más
contrincantes. El objetivo es sobrevivir y quedarse con el dinero o la especie
de valor a jugar. El primer uso conocido del término “ruleta rusa” aparece en
el Occidente en un cuento corto del escritor de aventuras Georges Surdez,
publicado en Collier's Magazine hacia principios de la década
del ‘30. En este caso -vaya coincidencia- es un sargento del ejército ruso en
la Legión Extranjera Francesa el que cuenta al narrador si oyó alguna vez
hablar de la ruleta rusa. No está del todo claro si los oficiales jugaban a la
ruleta rusa en la época zarista; hay, sin embargo, un antecedente en el relato
titulado El Duelo (1905) de Aleksander Kuprín, donde el
protagonista, un príncipe acorralado, sale airoso y se queda con el botín.
Contrariamente,
el origen de la expresión “salir el tiro por la culata” es del todo incierta,
aunque seguramente está relacionada con las primeras armas de fuego y las
muchas fallas que tenían en sus orígenes. El posible significado de la
expresión se da al disparar un arma de fuego y la bala, en lugar de ser
expulsada por el cañón como correspondería, sale por la parte contraria, ya que
la culata es la zona en la que el arma más se aproxima al cuerpo de su usuario,
por lo que hay pocas cosas que puedan resultar peores para este. Lo cierto es
que esto no era del todo extraño en siglos como el dieciocho y el diecinueve, cuando
los mosquetes de los ejércitos eran aún bastante problemáticos; posiblemente
ese sea el origen de la expresión. Al fin y al cabo, era una contingencia a que
todos los tiradores temían.
Metafóricamente
hablando, hoy en día ambas expresiones pueden significar que las cosas no han
salido como se planeaban. En el primer caso, al ser apretado el gatillo, se
acertó con la única bala y el protagonista quedó fuera de combate; en el otro,
la bala destinada al enemigo en lugar de salir por el caño y hacia delante,
salió por la parte de atrás.
La
busca de poder ha sido desde siempre una de las metas humanas. “El hombre
contra el hombre, alguien quiere apostar”, acertó a decir con brillante
escepticismo el escritor mejicano Juan José Arreola. No tenemos remedio, para
qué engañarnos; aún a riesgo de todo y de perderlo todo, colocamos la bala y en
el primero de los casos apretamos el gatillo apuntándonos a la sien; en el
segundo también obra el azar. Pero, al margen de esta minúscula reflexión, hay
una realidad histórica que vale la pena tener en cuenta en estos momentos
cuando la paz mundial está resquebrajada.
Aunque
se repite que la primera víctima de una guerra es el que la provoca,
en la boca de cada opinante cobra forma distinta. Hoy se da el caso de una Rusia
ex comunista, con pretensiones capitalistas e imperiales y grandes ricos
(oligarcas, como son llamados, dueños absolutos de equipos de fútbol en Francia
e Inglaterra, que viven como reyes y pasean en inmensos yates) con la anuencia
de un autócrata enardecido; pero también está por delante la exhibición de un
peligroso país, que si bien pesa relativamente en la economía mundial, posee
armas nucleares capaces de dañar al planeta y muestra pretensiones de avanzar
hacia el dominio del mundo. De esto no caben dudas. Lo que busca ahora es
sostener su hegemonía bajo un terrible acto de afirmación territorial y
amenazas de destrucción masiva.
Las
batallas que se libran por Ucrania y se desarrolla ante nuestros ojos tiene el
potencial de ser quizá el acontecimiento más transformador en Europa desde la
Segunda Guerra Mundial y la confrontación más peligrosa para el mundo desde la
crisis de los misiles de Cuba. Creer, por otro lo tanto, que Rusia y su actual
conducción política han dado un paso de ciego es ingenuo. Sin duda, todo estaba
minuciosamente calculado; pero el fracaso es siempre un imponderable que se
puede cruzar por el camino, por el camino de cualquier. Si bien Putin es el
comandante de esta nave indetenible para un país como Ucrania, el pueblo se
muestra decidido a morir si es necesario en defensa de la patria.
En
cuanto a Rusia hay toda una política estratégica de recuperación, aunque sea en
parte de lo que fue la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) que
fuera desmembrada y la mayoría recordamos. Este fatídico personaje, ex hombre
de la espeluznante KGB, karateca y una suerte de Rambo con cara de póquer,
desde que fue elegido presidente de Rusia, ha tenido como principal estrategia
internacional este ambicioso proyecto de anexión y recuperación, casi demencial
en su busca de consolidar su poder. Por otro lado, sujeto a las relaciones
internacionales, nunca dejó de tener trato con los países capitalistas del
Occidente y jugar a “la ruleta rusa” con el desarme nuclear. Entendió, sin
duda, como antes había sucedido con Mijail Gorvachov, que toda potencia es, en
el fondo, un gigante con los pies de barro y estableció moratoria sobre las
pruebas de armas nucleares.
Pero
la historia corre de prisa y tampoco demoró en llegar el golpe de Estado a Mijail
Gorvachov, y luego la disolución de la URSS fue otro suceso memorable. En marzo
de 1991, se convocó a un referéndum en Moscú y el 78 por ciento de los votantes
optó por el “sí” a la continuidad de la Unión Soviética. Sin embargo, con la
firma del Tratado de Belavezha, promovido por el sucesor de Gorvachov, el tibio
Borís Yeltsin, se disolvía de facto la Unión Soviética, sobre todo al separarse
de Ucrania y Bielorrusia. Los demás países, como Yugoslavia, Polonia,
Checoslovaquia y Rumania, la tecnología y el progreso de sus vecinos los
hicieron optar por la democracia.
Asombro
y debate produjo en su momento la disolución de un imperio, que era una
potencia militar/nuclear; además, que hubiera sucedido sin guerra, cuando la
historia mostraba que esos eventos siempre implicaban importantes conflictos
bélicos. Esa evaluación tal vez resultó prematura en su momento y hoy, treinta
años después, estamos sufriendo lo que puede ser la última guerra de la
disolución de Rusia. Aunque el precio a pagar puede ser invalorable y
espantoso.
Se
puede observar que hoy, aunque Putin habla de la amenaza militar de Ucrania y
del Occidente, lo que parece claro es que el peligro más importante para él,
personalmente, es el paradigma de una Ucrania democrática. En cuanto a una alianza
militar entre China y Rusia, y eventualmente Corea del Norte, para hacer frente
a la presencia de la OTAN y del dominio estadounidense en un mediano plazo,
también es improbable. Quizá por esto se aceleraron las alocadas desmesuras de
una guerra; al tiempo que están los que apelan a lo obvio con un sentido
razonable y humanitario. Con razones válidas, por supuesto, porque la guerra
siempre es un horror desde cualquier óptica. Una guerra es muerte y
destrucción, es desolación; todo, de un modo absurdo y cruento por dónde se
mire.
Todavía
no está claro cómo evolucionará la situación en Ucrania, aunque casi se puede
anticipar el resultado. En un escenario, Vladimir Putin, quien desde 1999 como
primer ministro comenzó un proceso de revertir la disolución de la Unión
Soviética, a la que tildó de “tragedia geopolítica,” no consigue aún sus
máximos objetivos; en este caso cambiar al gobierno de Ucrania, para convertir
a este país en un satélite, y después renegociar con la OTAN los criterios de
seguridad alrededor de la periferia de Rusia. En este escenario lamentablemente
la batalla de Ucrania no sería la última confrontación del rebalanceo
geopolítico post Unión Soviética.
Ahora
bien, está cada vez más claro que varias premisas de un escenario favorable a Putin
no se están cumpliendo. Y en el mejor de los casos será para él una batalla a
lo Pirro. Lo que parecía un simple trámite de amenazas y avance rápido de
tanques y algún que otro avión, se dilata. El ejército ucraniano está
ofreciendo mucha más resistencia que la que parecía esperar Putin. El
presidente Zelenski, que se suponía que iba a colapsar, se ha convertido en un
héroe, dispuesto a morir por su patria.
Putin,
aunque al parecer no lo demuestra por su imperturbable personalidad, se siente
frustrado y enardecido por la heroica resistencia de los ucranianos que, de
momento, han impedido que el Ejército Ruso ocupe el territorio. De ahí, la
amenaza de recurrir a las fuerzas de disuasión nuclear con la excusa de
responder a las duras sanciones económicas impuestas por Estados Unidos y la
Unión Europea. Washington y Bruselas han actuado al unísono y de forma
coordinada para desconectar del sistema de pagos SWIFT a los bancos rusos que
sostienen el ataque militar sobre Ucrania. Una resolución estratégica a la que
ya se ha sumado países como Japón o China, que mira para otro lado.
Probablemente,
el dictador no esperaba esta contundente respuesta de Occidente a su asesina
incursión en un militarmente vulnerable país soberano. Pero no es previsible
que se eche atrás. Todo lo contrario, renovará la apuesta aunque “el tiro le
salga por la culata” o la “ruleta rusa” le sea adversa. Todo indica que la
guerra puede prolongarse sine die por el anunciado fracaso de las
negociaciones. Putin no va a retirar sus tropas de Ucrania hasta que no logre
sus objetivos. Y Zelenski y su pueblo ya han demostrado con creces estar
dispuestos a resistir hasta el final. Mientras, el tablero geopolítico se
tambalea, se agudiza la crisis económica mundial y, lo peor, el armamento ruso siembra
Ucrania de cadáveres en una hecatombe humanitaria. Como siempre ocurre, se sabe
cuándo comienza una guerra, pero nunca cuando termina.
Según
conjeturan algunos expertos, Putin quiere recrear un nuevo Imperio Ruso y él no
reconoce a los ucranianos como un pueblo distinto, sino que los reconoce como
parte de la nación rusa y muchos ucranianos no quieren ser ciudadanos rusos y
no apoyan a Putin, como tampoco la mayoría en Rusia.
Expertos
militares europeos confirman la información de que el grueso de los soldados
enviados a Ucrania son jóvenes reclutas, poco entrenados y mal preparados para
dar el asalto. “Muchos de ellos ni siquiera sabían que iban a la guerra”,
afirman sus familiares en Moscú. Aquellos que fueron detenidos por las fuerzas
ucranianas pudieron hablar a sus hogares, confesaron que sus superiores les
dijeron que iban a participar en maniobras militares y nunca supieron que se
dirigían a consumar una guerra.
Si
todo eso es cierto -y la parálisis del mayor convoy de tanques y camiones que
se dirigía a Kiev lo es- solo basta un segundo para imaginar lo que debe pasar
en estos momentos por la cabeza de Putin. Encerrado en su delirio paranoico de
llegar como liberador a un país que “lo esperaba desde hacía casi diez años”.
El autócrata del Kremlin probablemente haya comenzado a comprender que su
castillo de naipes, montado obsesivamente desde hace años, podría haber
comenzado a desmoronarse desde el interior.
La
ruleta rusa, con una certera y peligrosa bala en el cargador está girando.
Roguemos que no se detenga en el sitio donde puede causar estragos. Una guerra
nuclear sería espantosa por los daños que puede ocasionar al planeta. Ojalá,
que para bien de humanidad esto pase pronto y las cosas vuelvan a su normalidad
o, en todo caso, a su acostumbrada anormalidad. Eso sí, el tiro por la culata
le ha salido al ambicioso y paranoico jerarca ruso.
©ROBERTO ALIFANO, poeta y escritor
argentino
MIEMBRO
HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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