FEDERICO Y PABLO EN BUENOS AIRES EL NACIMIENTO DE
UNA AMISTAD ENTRAÑABLE
19.07.2020.- Buenos
Aires. Argentina
Quizá no existen las casualidades y todo lo que nos ocurre obedece a una
razón que no está a nuestro alcance conocer. Quizá lo que nos sucede es porque
tarde o temprano debería pasar y responde a lo ineludible del destino. Quizá,
como pensaba Borges, todo encuentro casual es una secreta cita. Sea lo que
fuere, en el año 1933, cuando se conocieron, Pablo Neruda y Federico García
Lorca ni uno ni el otro tenían demasiado entusiasmo por estar en Buenos Aires.
Neruda, como si fuera una beca para poder dedicarse a su intensa obra poética,
ejercía un cargo diplomático que, en un comienzo lo había llevado al remoto
Oriente y en ese momento, quería alguna designación que lo llevara a Europa,
centro de atracción de todos los artistas de esa época. García Lorca, por su
parte, planteó muchas objeciones para viajar a la Argentina: no tenía ganas de
hacer una travesía hasta Buenos Aires y se encontraba muy cómodo trabajando y
difundiendo su obra por España.
Pero los dioses son imprevisibles y acaso todo está premeditado. En
agosto de 1933, sin dejar de mirar hacia el viejo continente como su meta
principal, donde finalmente iría a ejercer su función diplomática poco tiempo
después, Pablo Neruda asume como cónsul chileno en Buenos Aires. Federico
García Lorca, por su parte, luego de varias propuestas, obtiene ventajas y
comodidades para su viaje, además de buena paga por la puesta en escena de las
obras teatrales y conferencias que brindará en la Argentina; como si fuera
poco, Lola Membrives le propone estrenar su tragedia teatral Bodas de
sangre. Federico acepta entonces alejarse de España de manera muy
conveniente.
Llega a Buenos Aires en un gran transatlántico en octubre de 1933
quedándose impresionado por la acogedora ciudad “que jamás imaginé tan europea
y majestuosa” para instalarse en el hotel Castelar de la Avenida de Mayo, uno
de los sitios más españoles de la capital argentina. Es un Lorca sumamente
seductor, lleno de energía e ideas, de versos y anécdotas. Enrique Amorim, su
viejo amigo uruguayo, es el que lo recibe en el puerto y esa misma noche lo
lleva a escuchar tangos a un teatro donde cantaba Carlos Gardel con el que
luego, en un bar, tiene un diálogo efusivo y afectuoso, y prometen encontrarse
en Nueva York. No pudo ser, el cantor argentino falleció en un accidente de
avión en 1935. Habrá otros encuentros menos comprobables que míticos, como el
que aseguran algunos mantuvo con una jovencísima Eva Duarte, la futura esposa
de Juan Domingo Perón, ilusionada por esos días en convertirse en actriz.
Enrique Amorim, también amigo de Pablo Neruda, arregla una cita “con
cierto temor” para el día siguiente entre los dos poetas. En verdad “con mucho
temor de que no se entendieran estos titanes”, ya que las personalidades de los
dos probables amigos eran bastante disímiles. Todos sabemos de un Federico
histriónico, dinámico hasta el descontrol y de presencia arrolladora, y de un
Pablo, por el contrario, sereno, introvertido, que vivía descontento y
malhumorado por su matrimonio con la neerlandesa María
Antonia Hagenaar Vogelzang (“Maruca”) y con la burocracia diplomática de
la cual se sostenía económicamente. Federico no sabía de problemas materiales y
sus padres apoyaban su carrera artística; a la inversa, el padre de Pablo, un
rústico maquinista ferroviario, se había opuesto a que su hijo se dedicara a la
poesía.
Ambos se habían leído y tenían buena información el uno del otro. A
pocos días de su llegada a Buenos Aires, Neruda y García Lorca estrechan sus
manos por primera vez no con la mediación del escritor oriental Enrique Amorín,
sino durante la fiesta de recepción que el matrimonio Rojas Paz, ofrece a
Federico. Hay muchos invitados y, entre ellos Pablo, su mujer “Maruca” y la
escritora María Luisa Bombal. Allí, hermanos de poesía y de vida, entre tanta
gente, Federico y Pablo se reconocen de inmediato. Surge en seguida entre ellos
una fuerte y espontánea afinidad que durará en forma creciente, hasta el
asesinato de Federico en 1936.
Apenas dos semanas después, el sábado 28 octubre, tiene lugar el gran
banquete de homenaje a los dos poetas extranjeros, organizado por el PEN Club
Argentino. La historia de tan singular reunión, incluye diversas versiones;
entre ellas, las maniobras de algunos excluidos para impedirlo y el activismo
de la mujer de Rojas Paz, la celebre “Rubia” Tornú para asegurarlo. Sin
embargo, es ya muy conocida la circunstancia que rodeó a la cena, como también
el texto en homenaje a Rubén Darío leído por Pablo y Federico. Según se sabe,
la idea de un discurso “al alimón” fue de Federico, puesto que Neruda
poco sabía de corridas de toros y tanto menos de esa figura tauromáquica de dos
toreros toreando al mismo tiempo: “El divertido Federico, que estaba siempre
lleno de invenciones y ocurrencias, me explicó de qué se trababa -recordaría
Pablo ante mí-. El asunto era así, dos diestros pueden enfrentarse al
mismo tiempo con el mismo toro y con un único capote. Ésta es una de las
pruebas más peligrosas del arte taurino y sólo pueden hacerlo dos toreros que
sean hermanos o que, por lo menos, tengan sangre común”.
Cuando les tocó hablar, Pablo y Federico se levantaron para agradecer al
presidente del PEN Club el ofrecimiento del banquete, lo hicieron al mismo
tiempo, cual dos toreros, para un solo toro. Como la comida era en mesitas
separadas, estratégicamente Federico estaba en una punta y Pablo en la otra, de
modo que la gente por un lado lo tiraba a uno de la chaqueta para que se
sentara creyendo que era una equivocación y, en la punta opuesta lo tiraba al
otro. Empezaron, pues, hablando al mismo tiempo, diciendo uno: ‘Señoras’ y
continuando el otro, ‘Señores’, entrelazando hasta el fin las frases de manera
que pareció una sola unidad hasta que ambos concluyeron, celebrados por un cerrado
aplauso.
Aquel discurso, “al alimón”, como ya señalamos, fue dedicado a Rubén
Darío, porque tanto García Lorca como Neruda, sin que se los pudiera sospechar
de modernistas, eran devotos del poeta nicaragüense, uno de los grandes
creadores del lenguaje poético en el idioma español. En el texto se exaltaba,
con gratitud, el valor de los oradores mismos y a la vez reafirmaba la calidad
de la escritura literaria en un mundo que tiende, de hecho, a desconocerla o
subvalorarla.
Cuenta Pablo en Confieso que he vivido, sus fundamentales
memorias, que Federico tuvo un pre conocimiento de su muerte. Una vez que
volvía de una gira teatral y lo llamó para contarle un suceso muy extraño. Con
los artistas de La Barraca había llegado a un lejanísimo
pueblo de Castilla y acamparon en los aledaños. Fatigado por las preocupaciones
del viaje, Federico no dormía. Al amanecer se levantó y salió a vagar solo por
los alrededores. Hacía frío, ese frío de cuchillo que Castilla tiene reservado
al viajero, al intruso. La niebla se desprendía en masas blancas y todo lo
convertía a su dimensión fantasmagórica. Una gran verja de fierro oxidado,
estatuas y columnas rotas, caídas entre la hojarasca. En la puerta de un viejo
dominio se detuvo. Era la entrada al extenso parque de una finca feudal. El
abandono, la hora y el frío, hacían la soledad más penetrante. Federico se
sintió de pronto agobiado por lo que saldría de aquel amanecer, por algo
confuso que allí, sin ninguna duda, tenía que suceder. Se sentó en un capitel
caído y vio salir a un cordero pequeñito que ramoneaba las yerbas entre las
ruinas; su aparición era como un pequeño ángel de niebla que humanizaba de
pronto la soledad, cayendo como un pétalo de ternura sobre la soledad del
paraje, una suerte epifanía. El poeta se sintió acompañado. Pero, de pronto,
una piara de cerdos entró también al recinto. Eran cuatro o cinco bestias
oscuras, cerdos negros semisalvajes con hambre cerril y pezuñas de piedra. Y
Federico presenció entonces una escena de espanto. Los cerdos se echaron sobre
el cordero y junto al horror del poeta lo despedazaron y devoraron. Esta escena
de sangre y soledad hizo que Federico ordenara a su teatro ambulante continuar
inmediatamente el camino. “Transido de horror todavía -cuenta
Pablo-, tres meses antes de la Guerra Civil, Federico me contaba esta
historia terrible. Yo vi después, con mayor y mayor claridad, que aquel suceso
fue la representación anticipada de su muerte, la premonición de su increíble
tragedia. Federico García Lorca no fue fusilado; fue asesinado. Naturalmente
nadie podía pensar que le matarían alguna vez. De todos los poetas de España
era el más amado, el más querido, y el más semejante a un niño por su
maravillosa alegría. ¿Quién pudiera creer que hubiera sobre la tierra, y sobre
su tierra, monstruos capaces de un crimen tan inexplicable. La incidencia de
aquel crimen fue para mí la más dolorosa de una larga lucha.”
Aquel Pablo Neruda siempre inspirado y torrencial escribiría luego,
encantado por la magia de su genial amigo, uno de los poemas más conmovedores
de la lengua española, la Oda a Federico García Lorca, donde cada
verso vibra y vive como si fueran unas cuerdas aceradas de violín o de
guitarra.
Si pudiera
llorar de miedo en una casa sola,
si pudiera
sacarme los ojos y comérmelos,
lo haría
por tu voz de naranjo enlutado
y por tu
poesía que sale dando gritos.
Porque por
ti pintan de azul los hospitales
y crecen
las escuelas y los barrios marítimos,
y se
pueblan de plumas los ángeles heridos,
y se cubren
de escamas los pescados nupciales,
y van
volando al cielo los erizos:
por ti las
sastrerías con sus negras membranas
se llenan
de cucharas y de sangre
y tragan
cintas rotas, y se matan a besos,
y se visten
de blanco.
Cuando
vuelas vestido de durazno,
cuando ríes
con risa de arroz huracanado,
cuando para
cantar sacudes las arterias y los dientes,
la garganta
y los dedos,
me moriría
por lo dulce que eres,
me moriría
por los lagos rojos
en donde en
medio del otoño vives
con un
corcel caído y un dios ensangrentado…
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MIEMBRO HONORÍFICO DE
ASOLAPO ARGENTINA
Alifano: sorprendente libro de Borges y su humor. Cambia la visión de Borges de cualquiera que lee el libro. Una anécdota habla de mi pueblo, Pehuajó. Dice que un pehuajense molestaba a Borges hablandole de las virtudes de un té de espinilla (debe ser un error, si es de Pehuajó hablaría del té de manzanilla) y el maestro le recita un poema chusco que inventa en el momento y el lugareño, obsecuente, le dice que la frase está atrás del monumento a San Martín en la plaza (pero en la plaza no hay estatua de San Martín, sí en el parque del mismo nombre). Pocos pehuajenses conocen esto me imagino...
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