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lunes, 17 de febrero de 2020

LA SOLEDAD QUE NOS ANGUSTIA, Salomé Moltó, Alcoy, Alicante, España

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LA SOLEDAD QUE NOS ANGUSTIA


No sé si las estadísticas se ha preocupado por averiguar cuantas personas viven solas, tanto viejas como jóvenes.
La sociabilidad es un sentimiento consustancial a la naturaleza humana, el hombre busca a sus congéneres en cualquier situación y circunstancia.  Médicos, sociólogos y psicólogos apuntan al desastroso fin a que nos lleva la soledad, sobretodo en la vejez. La soledad angustia, mata y extermina lentamente nuestra capacidad de comunicación, de crear, de dar a los demás y de darnos a nosotros mismos. La soledad nos entorpece y castra nuestras reservas humanas porque entre muchas otras cosas, se nos rompe el espejo que refleja nuestra imagen, ya que en los demás nos referenciamos. Porque suele ser en los otros donde seguimos buscándonos, quizás porque para el ser humano su máxima inquietud sea una constante búsqueda de sí mismo.  La soledad nos arranca trozos del yo social no quedando más que el yo primario y acabamos con el paso cambiado en el devenir humano.
En cambio, muchas personas encuentran en soledad su verdadero equilibrio y sus obras más meritorias, tanto en ciencia como en filosofía o en arte, las hallan en la intimidad de un “en sí mismos”, lleno de soledad, pero una soledad serena y nutrida de un sentimiento de todo lo social.
Las costumbres, buenas o malas, que hemos adquirido a lo largo de los años, han configurado nuestra personalidad hasta el punto de formar una coraza sólida que ejerce de muralla o parapeto frente a otras costumbres, otros deseos, otras inquietudes, a veces, multiplicando esa angustiosa soledad.
Los hay que guardan costumbres infantiles, disfunciones, egoísmos agudos, intolerancia con los demás o afán de perfeccionismo, más para el otro que para sí mismo etc. No en balde se ha dicho que la convivencia es un arte y que a cierta edad ya casi nadie pretende ser artista, ni ejercer de tal.
Nuestras costumbres se han enquistado en nuestra personalidad limitándola y en la adquisición de experiencias hemos perdido capacidad para ilusionarnos, para crear otras perspectivas, para amar.
A veces, vivir, contrariamente a lo racional, nos empobrece, porque vivir también es sufrir y tenemos miedo de repetir los mismos errores, de padecer las mismas vejaciones, y acabamos encerrados en nuestro caparazón,  así pues, intentamos andar el camino en solitario, abrigándonos en el manto de la indiferencia, a pesar que en nuestro fuero interno, no renunciamos a poner en nuestras vidas un sentimiento, una ilusión, sin los cuales, la vida nos es altamente dolorosa, porque nos hemos cansado de amarnos a nosotros mismo y deseamos el afecto de los demás.
No siempre sabemos cuándo perdemos la capacidad de comunicarnos, un valor tan hermoso. Normalmente nos llega poco a poco este deterioro tan angustioso como insuperable, y una reacción a tiempo puede salvar nuestro equilibrio personal, cada día más necesario, porque en el fondo, no nos gustaría emular al sabio Guillem de Castro en sus pensamientos, cuando dijo aquello de “a mis soledades voy, de mis soledades vengo, para estar conmigo me basta mi pensamiento”.

©SALOMÉ MOLTÓ, poeta y escritora española
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA                                                                                  


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