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lunes, 17 de febrero de 2020

CHAMPAGNE O CAIPIRINHA?, María Ines Malchiodi, San Luis, Argentina

Resultado de imagen de mujer y caipirinha


CHAMPAGNE O CAIPIRINHA?

Eran casi las siete de la tarde.
La hora en que los gorriones gritan alborotados, queriendo alcanzar las ramas de los plátanos para dormir hasta el día siguiente.
Tomaste por Teodoro García, y en la subida usaste tu mano izquierda para bajar un cambio por no soltar las manos de ella.
No valía la pena interrumpir esas caricias de la urgencia y la alegría entre unas manos plácidas, sedientas de encontrarse, inquietas de promesas incontenidas.
Sólo vos conocías el camino, y se dejó llevar. 
Pasaron por frente del edificio donde ella había vivido en su época de estudiante, pero no quiso decir nada para no romper el hechizo.
Hipnótica de anhelos y denuedos, quedó arrobada en la simpleza de una conversación trivial, tan profunda y tan banal como si hubieran estado recitando el Dante en ese instante. No tenía idea de qué iba la conversación.
Sólo importaba llegar a destino, sacarse los zapatos y los pudores, besarse con ternura y emoción. 
La urgencia de los cuerpos inundó de calor la sala en penumbras, y ella sintió que estabas demasiado arrobado para lo que habían vivido los últimos tiempos, cada uno por su lado, cada quien con su ilusión puesta en un encuentro que por fin, podía concretarse pero no se sabía bien para qué.
Acaso para comprobar con la piel lo que las palabras reflejaban cada vez que aparecían escritas en una pantalla de ordenador.
Acaso para sentir que todo lo forjado era importante, sanador, bello desde el primer día en que ella escuchó tu voz por primera vez, y ahora, mudos ambos con sólo el murmullo del jadeo en la oreja despertando sensaciones, mientras Bob Marley marcaba un ritmo conocido, desde el más allá.
El más allá intangible de la música que inundó dos cuerpos en la placidez del atardecer, huyéndolos del tiempo para acortar las distancias entre el decir y el hacer, entre el gozar y el placer, entre el estar y el ser.
Y fueron.
Fueron dos acaso demasiado atropellados en desabrochar la ropa, acaso torpes en caricias que no llegaron a desparramarse por la piel porque la urgencia era otra. Era beber hasta la última gota de un cáliz sediento de caricias, de comprobaciones, de rocío cayendo sobres los pétalos mustios de una flor que casi estaba ya marchita, y vos la reviviste cuando comenzaste a acariciarla con palabras cada día.
Ella se hundió en el mar de la locura, y su barco comenzó a navegar hacia la marea más alta, mar cabalgando océanos, nave cabalgando mares, playas de arenas blancas, blandas, suaves, donde recalar tu barca.
Tu cama era muy alta. Tal vez no tanto como para esconder demasiados sueños, pero alta al fin para poder quedarse acurrucado si un recuerdo desorientado comenzaba de pronto a vagar por el cuarto despojado de rumores. 
De pronto, tu cama también fue demasiado ancha, tanto que comenzó a albergar demasiada gente para acompañar la soledad de dos en compañía. Se llenó de llanto de niños, de voces del recuerdo, de historias de juventudes pasadas, de gente nueva que comenzó a tomar lugar entre los dos.
La figura contorneante y provocadora de una mujer de tu misma edad, hizo lo imposible por echar su pelo enrulado hasta la mitad de la espalda sobre la almohada donde ella ya había dejado su perfume. Pero la mujer estaba allí, pelo castaño, sonrisa amplia, ojos traviesos, estampa de book de fotos para quién sabe que empresas, pero con la simplicidad de lo cotidiano. 
Ella bebía champagne. Dulce, frappé, burbujeante. 
Vos no alcanzaste más que a brindar por los dos, y vaya a saber por qué más la segunda vez que hicieron chocar sus copas largas. Pero no bebiste. 
Acaso la caipirinha fuera más acorde a ciertas edades que ella ya había pasado casi dos décadas atrás, mientras bailaba samba con las chicas de Ipanema y Ray Coniff hacía sonar Brasil y Bésame Mucho, para que bailaran en los Carnavales.
Por la mente de ambos pasó la historia de una vida, recuerdos de juventud recreados en algunas horas de conversaciones a la luz mortecina de una luz impertinente. Ella buscó el hueco de tu axila, pero vos ya estabas dispuesto a dormir con la mujer de la caipirinha. Era más real, más tangible, más fatuo pero menos comprometido.
Ella te cobijó en la madrugada, creyendo que tenías frío. No te diste cuenta.
Ella tapó tus brazos cuando te moviste buscando atrapar las cobijas.
Te estaba cuidando.
Veló tu sueño.
La noche se hizo larga. La cama, demasiado ancha. Las ilusiones quedaron enredadas entre la ropa que se amontonó en un rincón del cuarto.
Dicen que nadie muere de amor.
Dicen.
La mujer de la caipirinha siguió sonriéndole a tu beso cada vez que acudías a su encuentro.
Vos, no sé por cuánto tiempo, anduviste buscando el perfume que quedó en tu almohada, exorcizando un recuerdo que no te animaste a hacer presente.
Ella murió ese viernes, al atardecer.

©MARÍA INÉS MALCHIODI, poeta y escritora argentina
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA



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