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domingo, 9 de febrero de 2020

María Luisa Bombal en las evocaciones de Borges y Neruda, Roberto Alifano, Buenos Aires, Argentina

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DE: EL IMPARCIAL

TRIBUNA
María Luisa Bombal en las evocaciones de Borges y Neruda
Muy a pesar de la soledad que le imponía su ceguera, Borges era un hombre gregario que le encantaba el artilugio del diálogo. Lo complacía, en especial, escuchar las historias de vida de quienes lo visitaban. Era un ávido indagador que a veces abrumaba con preguntas menos incómodas que sorprendentes, siempre anexionadas de inteligencia. Como buen curioso, Borges se interesa por una cosa: todo. “Son debilidades de fabulador”, se atajaba cuando alguien le hacía notar tanta curiosidad. Me pidió una mañana que le hablara de mi experiencia en Chile, donde viví tres largos años, durante el gobierno socialista de Salvador Allende trabajando como corresponsal de un diario argentino. Durante esa época frecuenté a Pablo Neruda, Nicanor Parra, Jorge Edwards, Alfonso Calderón, Enrique Lihn y Jorge Teillier, entre otros conocidos y no menos famosos titanes de la literatura; también a María Luisa Bombal, una narradora que Borges conocía casi familiarmente y con la que mantuvo una entrañable amistad, muy similar a la que ella mantuvo con Neruda. Curiosamente, como Borges, yo había conocido a María Luisa a través de Delia Del Carril, la encantadora “Hormiguita”, la segunda esposa de Pablo Neruda, cuñada de Ricardo Güiraldes.
No dudaría en afirmar que una de mis mayores experiencias en Chile fue la relación de amistad que mantuve con María Luisa Bombal, a la que visitaba en su casa de Viña del Mar. María Luisa era una excelente escritora de obra relativamente breve en extensión, pero de notable intensidad literaria que se centra en personajes femeninos y en su mundo interno, con el cual escapan de una realidad que las oprime. Su novela más conocida, que la llevó a la celebridad, fue La amortajada, cuya protagonista es una mujer llamada Ana María que muere de un infarto, y mientras está en el ataúd con todos los familiares a su alrededor, va recordando cosas que le sucedieron en la vida con cada una de las personas que se acercan. También allí están sus hijos y Zoila su íntima amiga que la acompañó desde niña y fue su confidente y protectora, ya que su madre murió cuando ella era apenas una niña; escucha luego los sermones del padre Carlos, y recuerda una conversación donde él le preguntaba como quería que fuera el cielo y ella le respondió que deseaba que fuera terrenal y con defectos, como era la tierra. Evoca, además, el momento en que el cura le propone confesarla, pero ella le responde que otro día porque ya ha llegado el médico; un rato después le empieza a fallar el corazón y como está agonizando le da la extremaunción. En ese momento Ana María siente que empieza a morir de verdad y a vivir la muerte de los muertos, y desde allí, desde esa condición, como en el Pedro Páramo de Juan Rulfo, su narración es estremecedora. A finales de la década del treinta, al publicar esa novela, muchos la consideraron una obra maestra y le fue otorgado el Premio de Novela de la Municipalidad de Santiago de Chile. Ya en los años ‘40 el director Luis Saslavsky filmó en Buenos Aires la película La casa del recuerdo, sobre un argumento casi similar escrito por ella.
María Luisa había nacido en 1910, en Viña del Mar y pertenecía a una familia aristocrática de Chile. Estudió en un colegio religioso y, tras la muerte de su padre, viajó a París, donde finalizó sus estudios para luego ingresar en la Universidad de la Sorbona; allí estudió latín y letras de manera oficial, y por su cuenta violín con el maestro Jacques Thibaud y teatro con Charles Dolan. Se conectó con el mundo artístico y cultural de vanguardia (lo trató a Paul Valery y a Tristan Tzara) y se interesó sobre todo por el arte que más la apasionaba, la literatura. De regreso a Chile, conoció en Santiago a Eulogio Sánchez Errázuriz, pionero de la aviación civil, con el entabló una relación sentimental que no funcionó, ya que Eulogio empezó a alejarse de ella y optó por otra mujer. A María Luisa le costó soportar esta situación, le escribía cartas, pero él no respondía. Un día asistió a una cena en casa de su frustrado amor, se dirigió al cuarto en donde guardaba las armas de fuego, tomó una y se disparó un balazo en el cuello. Milagrosamente salvó su vida, llevando de recuerdo una visible cicatriz, que desde esa noche la acompañó. “Ese hombre me arruinó la existencia -recordó ante mí una melancólica tarde de Viña del Mar, mientras su mirada se hundía en la brillante lejanía crepuscular-. Nunca lo pude olvidar; fue el gran amor de mi vida. No sé lo que pasó, él se decidió por una muchacha simple y casquivana que al poco tiempo se fue con otro. Es tan rara la mente humana”, reflexionó con dolor.
Para librarla de esta incómoda situación, “el pícaro Pablito Neruda”, como ella lo refería con hondo afecto a Pablo Neruda. Un leal y entrañable amigo, y con el que mantuvo siempre una estrecha y generosa relación, la llevó a Buenos Aires, donde el príncipe de los poetas ejercía como cónsul. En la capital argentina conoció a los más variados personajes de la escena literaria de esa época, principalmente a Norah Lange y Oliverio Girondo, también a “Hormiguita y Adelina del Carril, a Federico García Lorca (que vivió seis meses en Buenos Aires), a Luigi Pirandello (cuando estuvo de visita en la Argentina), a las hermanas Ocampo, y a Borges, por supuesto, a quien admiraba hasta las lágrimas. “El más grande artista de la palabra que ha dado el siglo veinte. Él y Pablito son insuperables en nuestro idioma”.
Sin dejar de vivir intensamente, María Luisa amaba la literatura. “Es una lástima que el personaje haya superado a la escritora -se lamentó Neruda una mañana que caminábamos por los alrededores de su Isla Negra-. Como te imaginarás, yo tengo un gran afecto por esta mujer genial; siempre fuimos amigos y su lealtad hacia mí fue conmovedora. María Luisa me defendió a capa y espada, y fue solidaria en mis malos momentos; es de esas personas que aparecen en los casos difíciles y aportan esa cuota fundamental para que uno pueda salir a flote. Esa amistad es otra de las pocas cosas que comparto con Borges”, terminó por confiarme con una sonrisa maliciosa.
A principios de la década del treinta fue cuando María Luisa editó su primera novela breve, La última niebla. Todo parecía ir muy bien. Radicada en Buenos Aires se casó con el pintor Jorge Larco, del que se separó poco después, luego de una conflictiva relación. Borges y el escultor Pablo Edelstein me contaron que vieron el sombrero de Larco agujereado por los disparos que le hizo a quemarropas María Luisa. “Este suceso no deja dudas –recordaba el autor de Funes el memorioso- María Luisa era una mujer de armas tomar, que convenía no cruzarse en su camino. Se supone que fue por un asunto de infidelidad, ella compró un revólver, se dirigió hasta el taller de Jorge, lo esperó y cuando llegó, le disparó varios balazos, felizmente sin dar en el blanco, aunque agujereando su sombrero”. María Luisa fue arrestada, pero quedó libre enseguida ya que su marido la eximió de toda culpa, por lo cual el juez la declaró absuelta. “Creo que la homosexualidad de Jorge pudo más.-recordaba María Luisa con amargura-. Era la época en que García Lorca vivió en Buenos Aires. Después de esas enojosas experiencias, siempre casi en el límite, María Luisa viajó a los Estados Unidos donde conoció al conde francés Rafael de Saint Phall, con el cual tuvo a su única hija, Brigitte.
Allí publicó otra edición de su novela The house of mist, cuya versión no fue traducida del español, sino escrita en inglés con algunas variantes y la ayuda de su marido. Una obra muy bien recibida por el público y la crítica norteamericana, que sólo le pedía un texto más largo. Posteriormente la Paramount Pictures le compró los derechos en una importante suma de dólares para realizar una película que nunca fue filmada y dio lugar a otra de las tantas historias de Hollywood.
Pese a vivir más de treinta años en el país del norte, luego de enviudar, decidió regresar a Chile, y se estableció en su ciudad natal de Viña del Mar. Aunque muchos intelectuales del país pedían que María Luisa recibiese el Premio Nacional de Literatura, nunca le fue concedido. Durante mi permanencia en Chile yo me sumé a esos peticionantes aportando mi firma. Por esa época, le hice una entrevista para el diario La tercera de la hora y publiqué su memorable relato “El árbol”, un justiciero reconocimiento que me agradeció in aeternum, repitiendo que yo era su descubridor. María Luisa fue, sin duda, una enorme escritora, y una señora de difícil trato, pero encantadora con aquellos que amaba y consideraba. Toda una leyenda rodeó a esta mujer de vida intensa y compleja.
“En su juventud María Luisa era una mujer de una belleza enigmática, que enamoraba a primera vista –me comentó Borges-. Enrique Amorim le arrastró el ala, pero no fue correspondido; no era fácil ganar su corazón. Luego, inexplicablemente, como ya le dije, se casó con Jorge Larco, de quien las malas lenguas decían que era homosexual y hasta que había sido amante de García Lorca cuando vivió en Buenos Aires. El matrimonio de María Luisa y Larco no funcionó y algunos dicen que fue una fachada tramada por él para disimular su condición sexual ante su familia”.
Me he detenido en esta historia de María Luisa Bombal porque admiro su literatura y es el merecido homenaje que le puedo brindar. La historia de esta enorme escritora, forma parte, además, de un proyecto que tengo; se trata de un libro sobre tres talentosas mujeres de vidas apasionantes y novelescas que la incluye; las otras dos son la pintora Delia “Hormiguita” del Carril, la ex segunda esposa de Neruda, y la uruguaya Blanca Luz Brun, amiga del pensador peruano José Carlos Mariátegui, casada luego con David Alfaro Siqueiros, y amante en Buenos Aires, se dice, del empresario Natalio Botana, fundador del diario Crítica.
Casi sin saberlo y sin proponérselo, María Luisa Bombal fue una de las más importante y atrevidas escritoras del siglo pasado. Estuvo más allá de todas las modas que cruzaron la literatura; sin embargo, su nombre ha permanecido en el silencio y pasa desapercibida para nuestro tiempo. Borges y Neruda, que fueron sus amigos y devotos lectores hacen, desde sus evocaciones, este llamado de atención; también modestamente quien firma este texto.

©ROBERTO ALIFANO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORIFICO DE ASOLAPO ARGENTINA



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