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AHORA, USTED YA SABE LO QUE PASÓ
A los que piensan o sienten que la vida es un suicidio lento…
La sirena agrietó el aire
y, ellos, actuaron. Comando Radioeléctrico en acción. Sí; seguramente usted
creyó, en principio, que él se había ido con la simple excusa de comprar
cigarrillos (recuerde, no fumaba), o a visitar a un íntimo amigo (de esos que
le soportan el tipo de literatura que usted no comparte u odia, por mejor
decir), o simplemente a caminar por esos bulevares cercanos (como terapia aeróbica,
que bien le hacía falta), pero sin prever lo que se venía desde el oeste... O
qué se yo, por ahora, digo... (… porque los policías estamos para investigar,
claro). Sí, usted creyó todo eso, en principio, pero sólo para no reconocer la
verdad. La verdad de los hechos, ¿entiende? (no llore, por favor, no llore...;
trate de colaborar). Mire, mi hipótesis (y se la cuento antes de que venga el
Comisario Mayor y la desacredite con su objetiva manera de componer cualquier
situación criminal) estriba (sé perfectamente
cuándo se utiliza el término; no se burle) en que, a la luz de esos hechos o
datos constatados por los peritos (aunque la Empresa de Energía nos haya dejado
sin servicio y sea poco claro adivinar al tacto el verdadero origen de la
sustancia que yace en la piscina), el tipo (perdón, su esposo, o marido, o concubino, según el grado de estima y
formalización que hubiere tenido su relación con él: después me explica),
estaba cansado, ¿sabe? (o agobiado, si prefiere una definición más elegante).
¿De qué o de quién? Eso lo sabrá o deducirá
usted (se trata de un juicio de valor, de una sentencia, dirían los filósofos;
y yo no lo soy; mi sexto grado lo acredita: doy fe). El tipo, decía, en la
medida que rumiaba las causas de ese cansancio, agobio u opresión,
producto -quizás- de discusiones o traiciones (la suya, la de
sus amigos o la de sus deudores), y de la falta de confianza en sí mismo, o del
efecto de sus pecados e increencia
(sin Dios todo es un inmenso vacío a llenar), o de su soberbia e impericia,
neurosis o fracasos, torpezas o limitaciones; en fin, de la crisis de los ’50,
la globalización, el stress y la
pérdida de un buen contrato y su status académico (usted fue clara al
respecto), de su miedo a la vida y dificultades financieras, de sus delirios no
resueltos o necesidades incomprendidas o insatisfechas, falta de empatía o asertividad (esto último lo aprendí
leyendo un artículo sobre terapia
comportamental en mi última guardia de escribiente de oficina, sexto grado
acreditado, aclaro), el tipo, perdón, su cónyuge o concubino (después me explica), se fue como desgranando,
¿comprende? Desgranando: célula por célula, cana por cana, uña por uña, pelo
por pelo, uno por uno, uno por otro, otro por todos, hasta confundirse con esa agua mansa (ahora lechosa, como
pasta de huesos y de carne molida, ¡puaj!) que todavía se mece después de la
tormenta... Es decir, ahogó sus penas (precisamente) en un enorme vaso de agua
(alcohólico, al menos, no era)... Una suerte de baño bautismal. Una inmersión para
deshacerse del cuerpo viejo y engendrarse utópicamente en otro más nuevo, menos
traumático, más confiado en la providencia divina, quién sabe; no tan mundano:
como un cambio de moléculas. Vida atormentada por mansedumbre acuática (no me
pida que descifre lo que dije, pues no sabría hacerlo; ¿alguien me lo dicta en la cabeza?; ¡qué se yo!). Aunque todavía
usted no se daba cuenta de nada; no sabía aún lo que pasaba. Corría con sus
hijos o hijastros (luego me explica, ¿eh?) de un lado a otro, cerrando puertas,
trabando banderolas, destapando alcantarillas, afirmando cuadros, moviendo
muebles, y todo eso que tiene que hacer cada vez que llueve en una ciudad como
ésta, viviendo en una casa como ésta, en un barrio como éste, que, por muy paquete que sea, no tiene resuelto
todavía el problema del alcantarillado y del drenaje; y del agua que se acumula
en la calle y le hace tope con la que desborda en el patio, y todo se le inunda
si no procede conforme a como está acostumbrada a obrar en estos casos, y que,
excepto por alguna que otra ocasión, siempre le diera resultado...
… Y el tipo ahí, decía (perdón, su esposo,
marido o concubino: dije que después
me explica, y, ¡acabe de llorar, por favor!), sintiéndose bajo el horror y
tintineo de una lluvia acaudalada y un viento feroz que, trepanando techos,
conmoviendo cimientos y descascarando mamposterías, desprendiendo empapelados,
y volteando planteras y revestimientos, rasgaba el cielo con relámpagos tenaces
y cimbreantes tras el eco atronador de un Zeus desatado en ira (esto lo sé
porque vi Hércules, la de dibujos
animados de Disney, ¿sabe?; por eso lo cito, sexto grado acreditado: lo dicho y
afirmado), decidió hacerlo... Más solo que nunca, tal vez. Diluirse en las olas
artificiales de su mar de agua dulce, mientras el mundo reventaba... Golpean.
¿Escucha? Golpean la puerta (pero, por Dios, deje de gritar y maldecir, y
pegarme en las costillas: me duele).
Seguro que se trata del Comisario Mayor. Él
la ayudará más que yo; verá, ya se lo dije, con
su objetiva manera de componer cualquier situación criminal (con estudios
universitarios, acreditados, eso sí). De todas formas, y aunque usted no lo
crea, ahora usted ya sabe lo que pasó. Yo sólo, en realidad (debo confesarlo,
de cualquier forma, y ante la augusta presencia de su excelencia, el Comisario
Mayor), he realizado una suerte de catarsis
personal o exorcismo (sacarme los demonios de adentro, diría mi especialista
con la trémula aprobación del cura de mi barrio); y sólo he expuesto algunos de
los motivos que me llevaron a separarme de mi mujer esta semana, y en ocasión
para nada coincidente con la que usted experimenta... De lo contrario, piense
lo que quiera: porque hasta el tono de voz se me cambia, creo, cuando le digo
todo esto. No sea que el difunto de su cónyuge, esposo, marido o concubino (el masculino occiso, bah) se
haya apoderado de mí y trate de explicarle de este modo porqué decidió
suicidarse una noche de tormenta como ésta, que no cesa y no cesa y no cesa
de... Sino, cuando destape la piscina, lo sabrá.
¿Señora Ibáñez?; soy el Comisario Mayor
Ramírez: ¿qué está pasando aquí?
©ADRIÁN NÉSTOR ESCUDERO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE
ASOLAPO ARGENTINA
ADRIÁN NÉSTOR
ESCUDERO. Nacido en
Santa Fe, Argentina, el 12 de enero de 1951. E-mail: adrianes@hotmail.com. Casado, cuatro hijos
y seis nietos (por ahora, y a la espera de los que vendrán, a Dios gracias). Como
Dr. Contador Público Nacional (1975) y
Magíster en Dirección de Empresas (CT – 1998), se desempeñó en la gestión
privada y pública. Ejerció la docencia y
cargos académicos universitarios en el Área de Administración de
Organizaciones y Área de Gestión Educativa (FCE-UNL, 1972/1980 y FCE-UCSF,
1980-2000).
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