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sábado, 18 de agosto de 2018

AHORA, USTED YA SABE LO QUE PASÓ, Adrián Néstor Escudero, Santa Fe, Argentina

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Imagen de: youtube.com



AHORA, USTED YA SABE LO QUE PASÓ

A los que piensan o sienten que la vida es un suicidio lento…

La sirena agrietó el aire y, ellos, actuaron. Comando Radioeléctrico en acción. Sí; seguramente usted creyó, en principio, que él se había ido con la simple excusa de comprar cigarrillos (recuerde, no fumaba), o a visitar a un íntimo amigo (de esos que le soportan el tipo de literatura que usted no comparte u odia, por mejor decir), o simplemente a caminar por esos bulevares cercanos (como terapia aeróbica, que bien le hacía falta), pero sin prever lo que se venía desde el oeste... O qué se yo, por ahora, digo... (… porque los policías estamos para investigar, claro). Sí, usted creyó todo eso, en principio, pero sólo para no reconocer la verdad. La verdad de los hechos, ¿entiende? (no llore, por favor, no llore...; trate de colaborar). Mire, mi hipótesis (y se la cuento antes de que venga el Comisario Mayor y la desacredite con su objetiva manera de componer cualquier situación criminal) estriba (sé perfectamente cuándo se utiliza el término; no se burle) en que, a la luz de esos hechos o datos constatados por los peritos (aunque la Empresa de Energía nos haya dejado sin servicio y sea poco claro adivinar al tacto el verdadero origen de la sustancia que yace en la piscina), el tipo (perdón, su esposo, o marido, o concubino, según el grado de estima y formalización que hubiere tenido su relación con él: después me explica), estaba cansado, ¿sabe? (o agobiado, si prefiere una definición más elegante).

   ¿De qué o de quién? Eso lo sabrá o deducirá usted (se trata de un juicio de valor, de una sentencia, dirían los filósofos; y yo no lo soy; mi sexto grado lo acredita: doy fe). El tipo, decía, en la medida que rumiaba las causas de ese cansancio, agobio u opresión, producto  -quizás-  de discusiones o traiciones (la suya, la de sus amigos o la de sus deudores), y de la falta de confianza en sí mismo, o del efecto de sus pecados e increencia (sin Dios todo es un inmenso vacío a llenar), o de su soberbia e impericia, neurosis o fracasos, torpezas o limitaciones; en fin, de la crisis de los ’50, la globalización, el stress y la pérdida de un buen contrato y su status académico (usted fue clara al respecto), de su miedo a la vida y dificultades financieras, de sus delirios no resueltos o necesidades incomprendidas o insatisfechas, falta de empatía o asertividad (esto último lo aprendí leyendo un artículo sobre terapia comportamental en mi última guardia de escribiente de oficina, sexto grado acreditado, aclaro), el tipo, perdón, su cónyuge o concubino (después me explica), se fue como desgranando, ¿comprende? Desgranando: célula por célula, cana por cana, uña por uña, pelo por pelo, uno por uno, uno por otro, otro por todos, hasta confundirse con esa agua mansa (ahora lechosa, como pasta de huesos y de carne molida, ¡puaj!) que todavía se mece después de la tormenta... Es decir, ahogó sus penas (precisamente) en un enorme vaso de agua (alcohólico, al menos, no era)... Una suerte de baño bautismal. Una inmersión para deshacerse del cuerpo viejo y engendrarse utópicamente en otro más nuevo, menos traumático, más confiado en la providencia divina, quién sabe; no tan mundano: como un cambio de moléculas. Vida atormentada por mansedumbre acuática (no me pida que descifre lo que dije, pues no sabría hacerlo; ¿alguien me lo dicta en la cabeza?; ¡qué se yo!). Aunque todavía usted no se daba cuenta de nada; no sabía aún lo que pasaba. Corría con sus hijos o hijastros (luego me explica, ¿eh?) de un lado a otro, cerrando puertas, trabando banderolas, destapando alcantarillas, afirmando cuadros, moviendo muebles, y todo eso que tiene que hacer cada vez que llueve en una ciudad como ésta, viviendo en una casa como ésta, en un barrio como éste, que, por muy paquete que sea, no tiene resuelto todavía el problema del alcantarillado y del drenaje; y del agua que se acumula en la calle y le hace tope con la que desborda en el patio, y todo se le inunda si no procede conforme a como está acostumbrada a obrar en estos casos, y que, excepto por alguna que otra ocasión, siempre le diera resultado...

   … Y el tipo ahí, decía (perdón, su esposo, marido o concubino: dije que después me explica, y, ¡acabe de llorar, por favor!), sintiéndose bajo el horror y tintineo de una lluvia acaudalada y un viento feroz que, trepanando techos, conmoviendo cimientos y descascarando mamposterías, desprendiendo empapelados, y volteando planteras y revestimientos, rasgaba el cielo con relámpagos tenaces y cimbreantes tras el eco atronador de un Zeus desatado en ira (esto lo sé porque vi Hércules, la de dibujos animados de Disney, ¿sabe?; por eso lo cito, sexto grado acreditado: lo dicho y afirmado), decidió hacerlo... Más solo que nunca, tal vez. Diluirse en las olas artificiales de su mar de agua dulce, mientras el mundo reventaba... Golpean. ¿Escucha? Golpean la puerta (pero, por Dios, deje de gritar y maldecir, y pegarme en las costillas: me duele).

   Seguro que se trata del Comisario Mayor. Él la ayudará más que yo; verá, ya se lo dije, con su objetiva manera de componer cualquier situación criminal (con estudios universitarios, acreditados, eso sí). De todas formas, y aunque usted no lo crea, ahora usted ya sabe lo que pasó. Yo sólo, en realidad (debo confesarlo, de cualquier forma, y ante la augusta presencia de su excelencia, el Comisario Mayor), he realizado una suerte de catarsis personal o exorcismo (sacarme los demonios de adentro, diría mi especialista con la trémula aprobación del cura de mi barrio); y sólo he expuesto algunos de los motivos que me llevaron a separarme de mi mujer esta semana, y en ocasión para nada coincidente con la que usted experimenta... De lo contrario, piense lo que quiera: porque hasta el tono de voz se me cambia, creo, cuando le digo todo esto. No sea que el difunto de su cónyuge, esposo, marido o concubino (el masculino occiso, bah) se haya apoderado de mí y trate de explicarle de este modo porqué decidió suicidarse una noche de tormenta como ésta, que no cesa y no cesa y no cesa de... Sino, cuando destape la piscina, lo sabrá.

   ¿Señora Ibáñez?; soy el Comisario Mayor Ramírez: ¿qué está pasando aquí?


©ADRIÁN NÉSTOR ESCUDERO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA


ADRIÁN NÉSTOR ESCUDERO. Nacido en Santa Fe, Argentina, el 12 de enero de 1951. E-mail: adrianes@hotmail.com. Casado, cuatro hijos y seis nietos (por ahora, y a la espera de los que vendrán, a Dios gracias). Como Dr. Contador Público Nacional (1975) y Magíster en Dirección de Empresas (CT – 1998), se desempeñó en la gestión privada y pública. Ejerció la docencia y cargos académicos universitarios en el Área de Administración de Organizaciones y Área de Gestión Educativa (FCE-UNL, 1972/1980 y FCE-UCSF, 1980-2000).





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