MONO SAPIENS
¿Qué ocurrirá al final de los tiempos?
El apocalipsis del mundo sobrevendrá, según lo explican los
astrofísicos dentro de unos 5.000 millones de años, cuando nuestro sol, agotado
el hidrógeno y el helio se convierta en una gigante roja, absorbiendo a todos
los planetas del sistema. Hasta es posible que la vida inteligente haya evolucionado hacia otras formas.
Algunos, incluso especulan que mucho antes el ser humano tendrá otra
apariencia, dotado de un cuerpo diminuto,
rematado por una giba que hará
las veces de acumulador para alimentarse
por fotosíntesis, coronado por una gran cabeza capaz de albergar un cerebro
mucho más desarrollado. Otros, aventuran y fantasean que no será necesario el
esfuerzo para conocer, pues se le insertará un microchip en la testa con una
cantidad enorme de datos, convirtiéndose así en una enciclopedia andante. Una
suerte de ciencia infusa.
El mundo está a punto de ser destruido y la vida a concluir.
En la infinita soledad que se palpa allá,
en la cual los cuerpos celestes van y vienen desandando sus órbitas; acá, donde los
océanos se han desecado como eriales y puede oírse el ulular del viento
huracanado que sobrevuela la muerte, guardando la tumba del inmenso cementerio
que es todo el planeta; donde en el horizonte se juntan lo que fue el cielo y
lo que ahora es la Tierra, a intervalos, al otro lado fuego, acullá pavesa, se
inicia el caos. Oscuridad que se
interrumpe a sí misma con eructos intercalados del astro que procuró la primera
savia; por momentos llamaradas infatigables que iluminan el firmamento con su
resplandor, y que lejos de ser vida son signos de su óbito, anunciando la inminente
defunción de la estrella. Son los últimos vahídos de la existencia que fue y
que pronto no será. El ocaso. Preludio de la aniquilación. Apocalipsis.
Imagínate lector tan dantesco espectáculo y asiste expectante
a un diálogo vehemente. Tenso debate,
donde cuestionan su sino los personajes que representan el principio y el fin
de la evolución.
Al fondo, presta a partir, se perfila la silueta de una mole
apuntando hacia el cielo, escupiendo fuego por sus nalgas metálicas.
-
Aunque no te aborrezca, no quiero reconocerte.
-
No puedes hacerlo. Yo soy tú.
-
En nada nos parecemos.
-
No debes mirarme a mí, sino a ti mismo. Lo que se es no es
producto de la apariencia, sino hija de la inteligencia. Soy el resultado de tu involución. No
conseguiste llegar a ser el que estabas destinado a ser y descendiste hasta mí.
Yo empujé de abajo hacia arriba, primero, y tú de arriba abajo, después. ¡Pero
almacené el conocimiento! Lo que nos diferencia es que tú no has aprendido de
tus errores y yo me miro mucho en ellos para no imitarte.
-
¡Protesto! Yo soy mi libertad (1)
-
¡Libertad! ¿Y cómo la has empleado? Has sido para ti la única
referencia, sin saber buscar una instancia superior que te sirviese de guía. Un
espejo en el cual mirarte. (2) Mira la estela dejada desde el cainismo. Es esto
lo que te ha llevado a convertirte en el que ahora contemplas. Te traicionó la suficiencia y tuviste que
esconderte tras un taparrabos. Tu mayor pecado ha sido permanecer en la
“hýbris” que ya reflejaba el mundo griego (3). La arrogante autosuficiencia
para desechar la divinidad y así poder ser un dios para ti mismo, a fin de
vivir sin Ley y ser el dueño de tu destino.
Quisiste meter dentro de tu cabeza lo que no cabía en ella. ¿Acaso crees
que, aunque la gota proceda del infinito océano, puede abarcarlo en su
inmensidad? ¿O tal vez que sólo existe
lo que puede medirse y saberse? De aquellos polvos los presentes lodos. Además, siempre fuiste un depredador.
-
No obstante, abrí con la ganzúa de la razón el Libro de la
Ciencia y el progreso.
-
¿Y adónde te ha llevado eso? Es verdad que conseguiste
desintegrar el átomo. Pero, sin embargo, no te has llegado a conocer. Eres el gran desconocido de ti mismo. Por
eso, soy yo tu metamorfosis. Tuviste al alcance de tu mano el cielo y te
hiciste acreedor del infierno. Ibas para más que ángel y mira en lo que has quedado.
-
¡Ilusión! Tú, todavía no eres yo.
-
No sé cuál de los dos será menos animal. Pero, tú perdiste tu
naturaleza. Con todo, tratasteis de acreditaros, gritando: “Humano, demasiado
humano”, para así justificar la
insuficiencia y los desmanes (4). ¿Dónde sitúas, pues, eso que llamas libertad
de la conciencia responsable? De cualquier manera, la sensibilidad acarrea
debilidad ¡Por si acaso, yo he tomado mis precauciones!
-
¿Qué es lo que quieres decir?
-
El tiempo se agota. Se necesitarían aún muchas generaciones para
que volviese a germinar de nuevo y por completo mi semilla en el árbol terrenal. Tantas como fueron precisas de ti
para mí. Pero, olvidemos toda metafísica. Lo que es incuestionable es que he
sabido enmendarte la plana y conseguiremos perpetuarnos. Es cierto que la criatura que he engendrado carece de cualquier
vestigio tuyo, y por tanto también de sentimientos ni ánima que puedan elevar
su condición o arrastrarla a los abismos más profundos, ignorando cuál es su
procedencia y destino, pero sí que está dotada de un saber superior al nuestro,
tanto como fuisteis capaces de almacenar a lo largo del curso de la Historia.
Ella no sufrirá ni tampoco hará sufrir. No esperará la recompensa de un cielo
ni el castigo de un infierno, aunque al no llevar consigo la primera culpa con
la que inseminaste al mundo, no se propagará el mal. Será el alumbramiento de
una nueva especie. Nosotros somos el alfa y el omega, y estamos a punto de
caducar, pero ella será la continuidad. El después de nuestro antes.
En aquel momento resonaron unas pesadas pisadas, al tiempo
que el Universo volvía a conmoverse vomitando fuego, dando lugar a un espantoso
estruendo que resonó por encima de sus cabezas, haciendo que retrocedieran
nuevamente las tinieblas. Aquel instante les bastó para que pudieran despedirse
antes del fin, mirándose cara a cara.
Uno era el último hombre, y por todo ropaje llevaba una
modesta telita con la que ponía a recaudo su pudor. El otro un mono que
caminaba erguido y vestía un impecable traje, y el recién llegado un autómata.
-
Te presento, hijo de Adán, a tu nieto, mi vástago y sucesor.
Nuestra descendencia. Una máquina producto de la cibernética más avanzada. Ya
nada causará aflicción, allá donde
vaya. El dolor y la culpa no
habitarán en él al carecer de conciencia.
Es la criatura perfecta. El hombre sin alma.
(1)
“Las Moscas” (J.P.
Sartre)
(2)
“La Razón práctica” (E. Kant)
(3)
Epopeyas de Homero.
(4)
“Humano, demasiado humano” ( F. Nietzsche)
·
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©ANGEL MEDINA, poeta y escritor español
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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