Imagen de: Revelando Enigmas - blogger
MUERTE
Había sido un hermoso día de primavera. Pero todavía no
era primavera; apenas agosto, y apenas un día hermoso transcurrido, acabado ya,
gozado hasta el último rayo solar, hasta el último movimiento de las hojas en
los árboles iluminados con sus brotes nacientes, hasta el transmutar del cielo
azul celeste en enigmática masa oscura de puntos luminosos.
A esa hora, justo a esa hora… cuando Martín habría
perdido la esperanza de hallar a Alejandra en aquella jornada, cuando se habría
dispuesto a partir, durmiendo otra noche con el pensamiento puesto en ella, en
Alejandra, claro; en ese momento preciso, era yo quien llegaba a Parque Lezama
a intentar el encuentro, no con Alejandra; aunque no niego que me hubiera
gustado, sino con mi fantasmal Elsa, nacida – aquí, creo, de esto no estoy para
nada seguro – de algún extraño sueño, de esos que suelen tenerse tras una
prolongada comida o después de haber bebido alcohol en exceso. Debe haberse
tratado de algo de esta última índole. Probablemente en una agobiante noche de
verano, buscando conciliar el sueño, tirado sobre la cama sin abrir, con los
párpados bajos en vano y esos mosquitos zumbando a mis lados como únicos,
molestos pequeños y grandes compañeros. Sí, debió ser entonces que concebí el
sueño de Elsa.
Sonó un cubito de hielo al
tocarse con otro ya algo derretido en el whisky. Yo debí haberme dormido y,
entonces, construí mi sueño de Elsa y de Elsa hice una realidad. Y aquí estoy,
caminando en los senderos del Parque Lezama, mirando hacia los lados por si la
viera aparecer, esperando ese encuentro que, en verdad, dudo vaya a ocurrir. Un
encuentro entre un ser de este mundo y cierta entidad, también de éste mundo,
pero tan inmaterial como mis sueños.
¿O es que tengo sueños
materiales?
Debo haberlos tenido, me parece…, digo yo…, aunque,
insisto, ¡no estoy seguro! Y digo esto porque en la mañana, cuando desperté,
tuve la sensación cierta de haberla encontrado durante mi caminata por el
parque, frente a la misma escultura que ocupara a Sábato; digo a Martín, ¿o
dije bien a Sábato? Y – entre los recuerdos difusos – sé que hube de besarla y
me dijo que estaba esperando desde hacía pocos minutos por que las noches eran
de ella y podía construirlas a su manera y adaptarlas y cambiarlas como
quisiera o fuera su gusto. Y no fue al café conmigo – y por eso no fui yo solo
tampoco – porque la luz la asustaba, le hacía mal, o no recuerdo qué problema
fue el que usó como argumento para no hacerlo. Caminamos, eso sí… Caminamos…
Por el borde del Riachuelo. Y debe haber sido cierto… pues tengo los zapatos
embarrados y una manga de la camisa manchada con petróleo, o algo así. Y cuando
se despidió – interrumpió el beso – diciendo que pronto estaría a su lado, en
su mundo. Esto último me dejó pensando…
Ahora tengo mis dudas. ¿Habrá sido un sueño… o es que ya
he muerto?
Barrio de Villa Devoto, Ciudad de Buenos Aires, 29 de
agosto de 1976
©ANTONIO LAS HERAS, poeta y escritor
argentino
MIEMBRO ASESOR CULTURAL DE ASOLAPO ARGENTINA
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