Imagen de: Taringa!
SUCEDIÓ EN GRAY TOWN[1]
A
la Asociación Santafesina de Escritores
(ASDE); en especial, a mis jurados del Premio
“MATEO BOOZ” (1976) – ASDE, Profs.
Hesperia Mary Merlo, María Hortensia Oliva, y Antonio Camacho Gómez; con
innegociable afecto y admiración…
En
especial, al querido escritor argentino, Prof.
Norberto Pannone, Presidente de ASOLAPO-ARGENTINA, y responsable del
maravilloso blog de difusión del Maná de la Palabra que nutre a dicha señera
entidad de poetas, escritores y artistas, en clave de colegas
hispanoamericanos…
Uno
Cuando Mr. Clapton miró afuera desde la
ventana de su casa en Gray Town, la lluvia desgranaba los objetos comunes que
solía encontrar deambulando sus calles. Autos, vecinos, empalizadas, cobradores
y moscas, eran un difuso mundo que tornaba a aclararse cuando la fuerza del
vendaval dejaba por momentos de arreciar.
Aun
así, ni el huracán más violento, ni la escarcha más helada, ni el granizo más
persistente, habrían de detenerlo.
Estaba dispuesto a cumplir consigo mismo,
y, el hecho de que la naturaleza compitiera con él o ahogara su ánimo con malos
presagios, sólo aumentaba la fuerza de su rebeldía. Y la intensidad de sus
pensamientos pudo apreciarse en la velocidad con que saltó de su cama, se
vistió, desayunó y abandonó –íntegramente encapotado- su ajustado departamento
de soltero.
Ni siquiera, en su vehemencia, había
notado el familiar zumbido que escapaba siseante de la consola de su aparato
postal, y que, en rojo, titilaba sus luces en las tinieblas...
Mr. Clapton caminaba a paso apresurado. De
vez en cuando miraba hacia arriba pero el puente no aparecía. Enfundado en
aquella capa gris, sólo el pelaje de los bigotes lograba emerger de entre la
oscuridad cavernosa de unos ojos furtivos y escudriñantes.
Mr. Clapton no estaba loco.
Sin embargo...
Dos
El pueblo había crecido. Sin lugar a
dudas, en veinte años se había puesto a la altura del progreso alcanzado por
las grandes ciudades. En realidad, no había sitio alguno con el que uno no
pudiera comunicarse desde él y toda esa importancia material había trastrocado
la conducta de sus gentes.
Los corazones, forrados con la alegría del
oro, se endurecieron, pero con gozo. Nadie podía decir en Gray Town que no era
feliz, excepto Mr. Clapton y algunos otros que siempre habían mirado con recelo
a aquellas ostentaciones del consumo. Por ende, su corazón no estaba endurecido
por el oro, pero tampoco podía decirse que hubiera encontrado algún material –o
inmaterial- elemento con qué forrarse para ser feliz.
Mr. Clapton en ningún momento había
abandonado su carácter hosco, retorcido y hasta delirante. Incluso, hasta se
había propuesto organizar un Club donde sus socios sólo vivieran de la caza y
de la pesca, anduvieran todo el día semidesnudos –como si fueran libres-, sin
mirar video ni escuchar radio. Una vez, hace cuarenta años casi, había sabido
de la existencia de un singular personaje: Robinson
Crusoe. Y desde dicha ocasión, su vida había sido un continuo peregrinar
por el bajel del tiempo, tratando de naufragar con éxito en algún sitio
paradisíaco donde sentirse hombre, lejos de sus tontos vecinos, de sus
alienados guardias civiles, de sus calles con limpieza electromagnética, de sus
casas con frentes intercambiables, de sus troles, automóviles y, sobre todas
las cosas, de aquella bendita máquina acechante y lógica que todo lo sabía o
adivinaba...
Tres
Mr. Clapton pagaba sus cuentas, compraba su ropa, hacía su comida y
visitaba a los que eran como él: meditabundos y ermitaños. Es decir, Mr.
Clapton era un excéntrico; pero si bueno o malo, ¿quién lo juzgaría?
Por supuesto, era muy raro verle obedecer alguna orden picoteada por la
máquina postal, una especie de simple marioneta conectada al sistema de
programación inglés. De todos modos, nadie podría aseverar que, en aquella
época, existiera, si se quiere, una pizca de “incomunicación”.
Mas esa tarde, Mr. Clapton no tuvo más remedio que enterarse de un nuevo
fruto del progreso. Entonces, la piel se le erizó de terror -en principio- y de
odio –después-.
Mil veces maldijo el instante en que
pasara por delante de aquel tonto vecino. Mil veces el momento en que le
saludara –pues nunca lo había hecho-. Y mil veces más haberse detenido a
escucharlo...
Mr. Clapton sabía ahora la
fecha de su muerte.
Él se lo había comentado. Le había aclarado que se trataba del último
descubrimiento. Que el Ordenador Mayor lo había logrado. Que los científicos
estaban entre eufóricos por el éxito y melancólicos por sus posibles
consecuencias. Que todo ese tiempo en
que había venido preparándose a la gente para un acontecimiento similar, podía
haber resultado escaso para borrar al miedo de la lista de prejuicios
ancestrales de los hombres. Que, de todos modos, el asunto era inevitable y
que, el hecho de conocerlo, podía tener sus ventajas desde muchos puntos de
vista. Que, al fin y al cabo, hacía tiempo que los hombres deberían haberse
acostumbrados a ser dioses y no ídolos. Que había llegado la hora de programar
en función de esto una nueva sociedad. Que…
Mr. Clapton ya no estaba.
Con los puños crispados se había ido maldiciendo a los que malgastaban
su tiempo buscando cosas que acortaran o ensuciaran el de los demás...
Sin embargo, no estaba loco.
Cuando esa tarde penetró en su apretado cubículo derribando a puntapiés
muebles y artefactos, destrozando vajillas e implementos, y mirando con odio
asesino a una máquina tan gris como él que también lo miraba –pero con una
especie de lástima en el discontinuo palpitar azul de su señal del “todo
okey”-, uno podría haber pensado –sin temor a equivocarse- que un incendio
sería declarado en Gray Town...
Pero Mr. Clapton, de pronto inmóvil, con una suerte de maza tremenda
blandida y amenazante sobre la indefensa criatura electrónica, dudaba en
asestar el golpe mortal. “Un error de
estos podría costarme la cárcel”, meditó. Y las cárceles eran sin duda más
oscuras que toda la particular visión del mundo que lo destruía día a día…
Cuatro
El puente estaba ahora a la vista.
Era majestuoso.
No obstante, se negó a reconocer la habilidad del millón de arañas que,
con gran paciencia, lo habían tejido...
El puente estaba levantado y los buques entraban al puerto, y, la
niebla, esfumada con la noche, ocultaba sus vapores clandestinos en los
acezantes muelles, mientras una gélida llovizna arrancaba a pálidas narices los
primeros estornudos de resfrío.
Mr. Clapton sabía que, aquel puente, era una hermosa y pequeña réplica
que él mismo, en su juventud, había ayudado orgulloso a construir tomando como
referencia al magnífico ejemplar tendido en Londres sobre el Támesis. Pero la
hiel que llevaba acumulada en la suela de sus botas, no permitió a su ego
contagiar la tierra con un sesgo de alegría...
Si debía morir, lo haría como siempre había sido: circunspecto,
idealista y empleado.
Las aguas plomizas lo recibirían con su danza macabra y turbulenta,
porque, las nubes, movedizas y chispeantes, asentadas en tenues reflejos,
transformaban al río en un tenebroso tembladeral donde el barro y el musgo
esperaban hambrientos alguna ofrenda...
Mr. Clapton se turbó.
“Aquello” era, en verdad, muy difícil.
Pensó, entonces, por un momento (por eso creí que no estaba loco) en
que, si moría, lo que había venido combatido lograría sobre él su mayor
victoria. Despacio, sin prisa, le había ido avejentando. Le había ido nublando
los cabellos y el alma hasta volverlos mustios como la niebla de su pueblo. Le
había ido rodeando de enemigos y, ahora, ¡la estocada final! Ni siquiera
esperaría a que su hora llegara por el carril más cómodo o lento de su infancia.
No, Mr. Clapton se autoeliminaría, y
los diarios, el video y la radio, todos cantarían con sus voces, sus letras,
sus dibujos y su malgastada verborragia, la victoria sobre e infiel...
Pero Mr. Clapton (en cierto modo esto también, aunque resultara
contradictorio, me probó que no estaba loco) perseguía un gran triunfo. Un
triunfo que la arrogante sociedad no percibiría sino demasiado tarde. Y
“aquello” era demostrar a todos, simplemente, que no sería un 20 de marzo del
año venidero el día de su muerte (como lo había asegurado la máquina
infalible), sino este día: un 25 de
diciembre de 2100... Demostrarle, pues, a todos, que uno podía ser libre hasta
de elegir cuándo volver al polvo...
Demostrarles que, Navidad, era un buen tiempo para morir.
Cinco
Por eso me negué a creerlo cuando lo supe.
Por eso me golpeé las sienes y se estremeció mi alma en aquel mediodía
escabroso.
Mr. Clapton, que no estaba loco y que era mi mejor amigo, había olvidado
su cita en ese día. Pero yo no.
Y pasé a buscarlo.
Y allí estaban los vecinos apretujados contra la puerta de su vivienda
unimodular, parloteando y haciendo gestos. Gritando que llamaran a un técnico
pues la máquina postal estaba humeando de tanto titilar en rojo sin ser
detenida.
Y entre esa marea susurrante y agorera hube de abrirme paso, observar el
espectáculo de centelleantes látigos azules que castigaban las paredes y
comenzaban a teñir de amaranto las cortinas y muebles de la casa, hasta
arrancar una faja de papel blanco impresa que emergía, asustada, de la boca de
la consola, y que anunciaba, con claridad: “ESTIMADO MR. CLAPTON H. SMITH: RECTIFICAMOS
FECHA DE SU MUERTE. ÉSTA SE PRODUCIRA EN EL DÍA DE HOY, A LAS 11HS. 30’ , 16’’. CON PESAR SALUDA A
UD., SU COMPUTADORA PERSONAL”.
El fuego envolvió la casa y ni siquiera la lluvia pudo impedir que su
color, celeste y amarillo, se tiznara de fantasmas crujientes y dolorosos en
los últimos bloques de piedra renegrida, que terminaron de sepultar para
siempre entre sus brumas, la existencia de un amigo…
©ADRIAN
NESTOR ESCUDERO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO
ARGENTINA
[1] ADRIÁN N. ESCUDERO (Santa Fe, Argentina) - Texto ajustado al 24-06-2004 para su 2da. Edición en proceso como ebook (Editorial Ave Viajera SAS, Bogotá, Colombia/Plataforma Amazon).
Su versión original (05-01-1976) integró la primera edición del Libro “LOS ÚLTIMOS DÍAS” (Ediciones Colmegna S.A. – Santa Fe, Argentina – 1977), págs. 47/52.
Primer Premio Concurso Literario para Escritores Jóvenes “Mateo Booz” - Año 1976 – Asociación Santafesina de Escritores (ASDE) – Santa (Argentina).
Publicado el 31-12-2005 en el Magazín virtual MUNDO CULTURAL HISPANO (Círculo literario de Alicante – España) – Director: Denis Roland.-
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