Imagen de:BaToCo Barriletes
BARRILETE
Por Héctor Pellizzi
El barrilete tenía forma de estrella, era todo azul con flecos
blancos, parecía un pájaro de crepé bajo las nubes.
La cola estaba hecha de trapos viejos y corbatas antiguas, de esas que
se usaban solamente para los velorios. El piolín hacía una “panza” casi
invisible rozando las ramas de los árboles, mientras la tarde era un desierto
de azul y de silencios, aunque a veces un tren se oía a lo lejos.
Me di cuenta que había llegado el momento, la gran oportunidad que
había soñado tantas noches...
La estrella estaba bien hecha, con poco engrudo para que no se
empache, cañas tipo “india” y los “tiros” a mi criterio inigualables.
El aburrido ladrido de un perro se escuchó detrás de la esquina del
carnicero. Me trepé al hilo y comencé a ascender con los ojos hacia el cielo,
lo primero que vi fue un nido de torcazas que estaba entre la horqueta de uno
de los álamos de la canchita del barrio. Después me di vuelta y un mundo
irregular de techos y ropas colgadas comenzaban a distanciarse de mis pies, la
ciudad poco a poco se escondía bajo las copas de los árboles.
Las nubes conformaban una cordillera inimaginable y detrás de su pico
más alto encontré el país de los pájaros. Había un pentagrama en cada esquina,
un coro de colores en cada nido y en las plazas se embriagaban de aire las
notas libres.
Un ángel me saludó con una naranja en la mano, caminé calles de
chocolates, me deleité en las paredes de mermelada, en los árboles de vainillas
y en los semáforos de budines con caramelos.
Era un verdadero capitán comandando mi estrella, volaba más alto que
los aviones de “en serio” y casi muero de alegría cuando el Llanero Solitario y
Poncho Negro se quedaron quietos sobre los caballos para admirar mi vuelo.
Todo era verdadero, nada producto de la imaginación. Allí, entre el
cielo y la nubes un duende me llevó al establo donde descansaban los camellos,
pero no quisimos molestar a los Reyes que estaban contando los juguetes.
Aproveché para dejarle la carta con los regalos que quería y de paso avisarle que
no se olvidaran del Tanito, la casa de él está junto a la vía, al lado del
cementerio...
Cuando volvía pasé por los jardines encantados y una lluvia de
mariposas me dio la bienvenida, mi estrella desplegó sus flecos con orgullo inusitado.
Los pétalos de las rosas diagramaron una avenida de terciopelo y los jazmines
humedecían las nubes, mientras los claveles vivían un romance de hierbas y
golondrinas. Después de cruzar el castillo de las orquídeas comencé a
descender.
Un corredor de lunas iluminaba de plata el patio de mi casa y el
último de los alelíes me persiguió con su ternura.
_ ¡A la cama sin comer! Me gritó mi viejo con el índice señalando la
pieza.
A mí no me mirés, porque hoy sí que no te salvo, apuntó mi abuela
tejiendo un croché.
Y siempre el mismo... dijo mi hermano mayor echando más leña al fuego.
- ¿Quién sabe que habrá andado haciendo hasta las nueve de la noche? Pensó
mi tía en voz baja y agregó en tono más alto: este chico tiene la maldita
costumbre de no avisar a donde va. ¡y eso que uno se cansa de enseñarle...!
No sé a quién habrá salido tan desobediente, murmuró el abuelo con la
pipa entre los dientes.
¡Mañana domingo no sale, y tendrá que estudiar todo el día! Remató mi
madre secándose las manos en el delantal.
En el galpón, sobre una pila de diarios y revistas viejas, mi
barrilete abortó su corazón azul.
©HÉCTOR PELLIZZI, poeta y
escritor argentino
MIEMBRO DELEGADO CULTURAL de ASOLAPO ARGENTINA
en ZONA OESTE de la Pcia. De BUENOS AIRES
¡Qué cuento precioso, que fantasía tan lograda, un precioso vuelo imaginario lleno de recuerdos, arte e imaginación!!!
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