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jueves, 21 de enero de 2016

MALA MEMORIA, Antonio Las Heras, Buenos Aires, Argentina



MALA MEMORIA 
Por Antonio Las Heras

                ¿Por qué no le habré creído?, me repetí mil veces. Si era factible, si tenía pruebas a la mano… Edgard había investigado correctamente. ¡No podía equivocarse! Mas, sin embargo, yo tuve que meter mis narices… Y, ahora, el asunto no tenía más remedio. Era el final de nuestras actividades… ¡Increíble! Después de tantos siglos… Pero, ¿quién lo podía creer?
La tradición decía que éramos originarios de allá… ¿Quién habría sido el torpe que escribiera tamaña estupidez?
Cuando mis alimentos se terminen, seré hombre muerto… ¡Es imposible salir de aquí! Las paredes son de granito, cada bloque debe pesar más de diez toneladas. Están ajustados con plena exactitud. Será el fin para nuestra especie… ¿De qué nos valdría avisar, si él está suelto? ¡Y yo lo solté! ¡Cuán idiota soy! Cuán idiota… ¡No tomé ni las más mínimas precauciones que el caso requería! Pero, ¡es que era imposible! De haber tenido una estaca… Pobre Edgard, cuando llegue él…
                No podía convencerme. Entonces, recordé el día que Edgard llegó presuroso a mi escritorio. El reloj daba la medianoche. Medianoche en punto, para ser bien preciso. Hacía un rato, apenas, que yo me había desvelado y perdido el sueño. Me mostró su descubrimiento… Lo analizamos juntos. Era el grabado de un faraón de la cuarta dinastía; y ante nuestro estupor, su fiel servidor aparecía adornado con dos colmillos en la boca a la usanza de los vampiros.
¡Esto no era posible! Todos conocemos bien que son originarios de Transilvania donde se encuentra el castillo que ha pertenecido a nuestra familia desde hace siglos… ¿Quién era ese ser de colmillos pronunciados dibujado en una obra de arte del Egipto Faraónico?
                Edgard me pidió que me quedara tranquilo. ¡Pero yo fui cabeza dura! Quise investigar…
¡Y aquí estoy! A ciento veinte metros bajo las arenas del desierto, en la cámara funeraria de Alhones III, ¡encerrado vivo! Y el vampiro servidor ha de estar – aprovechando la noche – dirigiéndose a matar a mi amigo Edgard.
                ¡Cómo no lo recordé antes! El guardia de Alhones III era Masurio, el Gran Dueño; él se encargaba de destruir a los profanadores de tumbas, necrófagos y lobizones. Porque el Gran Dueño, el Gran Vampiro, el único vampiro que tomaba sangre de sus semejantes, era tremendamente superior… ¡Y yo no lo había considerado posible! Fui tan tonto que lo supuse muerto… o, apenas, una leyenda sin fundamento real.
                ¡Y aquí estoy! Y en cuanto se me termine la sangre de mi guía – a quien acabo de morder – yo también habré de morir; porque tanto Edgard como yo somos vampiros. Y, resulta, que con el pasar de los siglos olvidamos que habíamos sido nosotros dos los que convencimos al Gran Sacerdote de Amón para que enterrara a Masurio como protección eterna del sarcófago que guarda aún ahora la momia del faraón Alhones III. De esa manera nos libramos del peligro hace milenios.
¡Lástima grande que los vampiros comunes tengamos tan mala memoria!

Barrio de Villa Devoto, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, invierno de 1970

© ANTONIO LAS HERAS, poeta y escritor argentino
ASESOR CULTURAL DE ASOLAPO ARGENTINA


2 comentarios:

  1. Grandes estudios arqueológicos ,varias películas de vampiros ,una imaginación superlativa y una noche de insomnio,,,,hacen que el lector, llegue al fin de este relato,,,,¡Felicitaciones!!

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  2. Muy agradecido por estas palabras! Abrazo!

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