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HACIENDO ¡CHUT!
Estuve esperando a mi madre
toda la tarde. Cuando apareció, anochecía. Cuando le reproché su tardanza
esbozó una ligera sonrisa y se sentó junto a la mesa redonda. Me dijo con la
mirada ausente que ya no iba a ocuparse de mi padre que por ella se podía quedar
para siempre en el hospital, que aquellos seis meses en que él había
permanecido ingresado por el accidente de moto que sufrió, habían sido para
ella, los más dichosos de su vida.
No hice caso y junto con mi
hermana arreglamos el traslado de nuestro padre al pueblo. Lo colocamos en la
habitación cercana al comedor para que a mi madre, le fuera más fácil
atenderlo, ya que por un tiempo llevaría la pierna escayolada y sus movimientos
le serían penosos.
Nuestra madre no estaba en
casa, ni en el pueblo, ni en ninguna parte.
Nos quedamos con nuestro padre
para cuidarlo mientras averiguábamos donde había ido nuestra madre.
Llamar a su hermana, la tía
Clara, se convirtió en un enorme debate entre mi hermana, mi hermano que se
había desplazado desde la ciudad y mi hermana que vivía en el pueblo.
“¿Cómo se lo planteamos a la
tía?, no va a comprender nada” “Ni nosotros tampoco” repuso mi hermano. “Yo la
encontraba un poco rara de un tiempo a esta parte. Las relaciones con nuestro
padre habían empeorado. La verdad que nunca la trató bien y ahora después de
cincuenta años casados, ella dice que no lo va a cuidar. ¿Por qué? Dijo mi
hermana. Nos enzarzamos en una discusión larga y agotadora, salieron a relucir
ciertos acontecimientos ocurridos años atrás entre nuestros padres cuando
éramos pequeños. Todos superados por la gran paciencia de esta mujer,
tolerancia y sacrificio a los que nos habíamos acostumbrado todos.
De momento se abrió la puerta
de la habitación y dejamos de discutir, mi madre toda sonriente, con el pelo
recién peinado, la manicura hecha y el rostro maquillado, casi no la conocimos,
entró triunfante. Nosotros espantados la mirábamos no comprendiendo qué podía
pasarle a nuestra madre. Nos miró y nos dijo: “Me voy de crucero, hace diez
años que quería hacer este viaje y vuestro padre me lo impidió siempre, ahora
me voy, serán unos diez días, así que os quedáis vosotros unos tres días cada
uno cuidándolo y en paz. O lo dejáis que se las componga solo, que ya es
mayorcito. Mi padre quiso gritarle, proferir algunas de sus palabras y amenazas
habituales, mi madre poniéndose el dedo sobre los labios le lanzó un signo de
silencio y salió alegremente por la puerta.
.- Cállate papa ¡chut!, le
dije, ¡chut! hicieron mis hermanos y todos salimos de la habitación, haciendo
¡chut! Nos fuimos cada uno a nuestras obligaciones estando seguros que las
cosas iban a cambiar inexorablemente a partir de ese momento, sobre todo para
nuestra madre.
©SALOMÉ MOLTÓ, poeta y escritora española
MIEMBRO
HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
muy bien, Salomé! Siempre nos dejas pensando cómo acabaría esa historia... Nos das pantallazos de la vida, como instantáneas. Saludos. Marián Muiños
ResponderEliminarQuerida Salomé, una historia interesante,un girón de vida muy conocido y habitual.Un mensaje para la mujer sometida a premisas machistas y un alerta para muchas situaciones de final dramático y repetido,que vemos a diario en las noticias.
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