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sábado, 21 de noviembre de 2015

EL DUELO, José Calcagni, Junín, Buenos Aires, Argentina


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EL DUELO




Tenía que ser en privado, pero la especie se filtró y la noticia sacudió a todo el barrio.  “Hay que impedirlo”, decían algunos; “Son matones”, avisen a la Policía”; decían otros. Lo cierto es que nadie hizo nada ni avisó a nadie; parecía que en el fondo todos esperaban ver un espectáculo novedoso, solo conocido a través de películas y novelas: “Santos Zabala y el Inasio se desafiaron a duelo”. No a un duelo criollo, no a poncho y cuchillo; ¡A punta de pistola, con padrinos y todo!”
 Se supo que los padrinos tuvieron que ponerlos para obtener la autorización municipal, condición indispensable para que el enfrentamiento fuera encuadrado como “Justa de caballeros” en vez de pelea o riña; no sin antes abonar el impuesto correspondiente. A partir de ese momento la Policía no podía actuar, a menos que corriera sangre.
Los padrinos fueron Peña y Calabria por Santos y Verdugo y Porro por el Inasio. Se reunieron los cuatro en el club Gimnasia, vaciaron dos botellas de cerveza y algunos platillos de aceitunas, queso y papas fritas, y llegaron rápidamente a un acuerdo sobre las condiciones del lance: A las 4 de la tarde del domingo en la cancha de bochas del club, a pistola, un solo tiro por contendiente, entrada libre y gratuita.
A las 3 y media de la tarde las tribunas estaban colmadas y se cerraron las puertas de acceso. En ese momento estaba lloviendo torrencialmente y los que quedaron afuera originaron un tumulto que pudo haber tenido consecuencias lamentables sin la oportuna intervención de la Policía que custodiaba el lugar.  A las 4 menos cinco entraron los padrinos y a las 4 en punto llegaron los duelistas, que saludaron al público y recibieron una ovación. Luego de algunas recomendaciones de Calabria, que por sorteo fue designado Padrino jefe, los contendientes se dieron la espalda, levantaron sus brazos izquierdos con sus pistolas apuntando al techo –los dos eran zurdos- y avanzaron diez pasos, quedando, como es obvio, a una distancia de veinte. Giraron sobre sus pies, apuntaron y dispararon simultáneamente. Pero nada pasó; no había nadie en el suelo ni sangre en la arena; sólo llamó la atención la caída repentina de agua desde dos agujeros que aparecieron en las chapas del techo.  Recién entonces se acordaron de la lluvia, pero eso no tenía importancia, y el agua que entraba tampoco. El público estaba desilusionado porque habían errado los dos, pero las goteras que antes no estaban preocupaban a algunos científicos ubicados en  las tribunas. Fueron ellos quienes, luego de arduos razonamientos y discusiones, lograron explicar lo sucedido: Las balas chocaron en el aire y se desviaron hacia arriba, y había que dar gracias al cielo por ello, porque si lo hubiesen hecho a derecha o izquierda alguno en la tribuna habría pagado el pato. Digo goteras pero fueron más que eso: A chorros caía el agua.
No hubo que lamentar desgracias, pero por acuerdo de padrinos se declaró perdedor al Inasio, porque los charcos en el suelo estaban muy próximos e indicaban que la bala de Santos estuvo casi por alcanzar su objetivo. Además, alguien tenía que pagar las copas. Pero Calabria no estaba muy convencido y murmuró ante el micrófono; “La próxima vez déjense de joder y tiren una moneda”.  Reflexionó y agregó: “Claro, a pistoleros sí, pero nadie les va a decir caballeros por tirar monedas al aire”.

El unánime silbido del público lo avergonzó y alarmó, pero se retiró por sus propios medios.

© JOSÉ CALCAGNI, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA




1 comentario:

  1. Hermosa estampa de costumbres y conceptos de esos tiempos ...Bellísima acción de dos "malevos"de bien!!!!

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