bienvenidos

bienvenidos

viernes, 3 de abril de 2015

EL GERMEN DE TRIGO, escribe Héctor Grillo desde Junín, Buenos Aires, Argentina




EL GERMEN DE TRIGO


 Niña tenue,
 niña agua,
 niña toda vestida de luna,
 niña me ata la mirada
 al cielo.

“Aire” - La herida perfecta - Rogelio Grillo

                Nahuel se encontraba metido en un pozo de zorro. Estaba parado con las piernas abiertas dentro del socavón. Tenía los pies y los tobillos congelados. Sentía frío, hambre, sueño, y la vejiga inflamada por el mate cocido de la madrugada. Orinó sobre la sedienta tierra arenosa.
-¿Qué hacés, mapuche? - Preguntó “el Chapa”, su compañero del 7° Regimiento de Infantería.
-No daba más, Chapa... perdonáme...
-¡Andá, qué suerte que tenés, indio porrudo! ¡Por lo menos vos te la encontrás!- Contestó su compañero mientras escudriñaba el mar desde la rendija dejada por las chapas con redes y turba que ocultaban la trinchera. Estaba aterido, con ojeras azules y los labios agrietados por el blanco viento helado.
                -Sí… medio indio. Pero los colores del pueblo mapuche1 ahora están siempre al lado de la celeste y blanca… ¡Y vos que te llamás Kulvietis! ¡Ni sabés de donde vino tu abuelo! ¿Lituania? ¡Ni figura en el mapa!
-¿Y el Sergio? ¡Ese está jodido! ¡Bannon de apellido y abajo del uniforme tiene la camiseta del Diego! ¡Encima está esperando a uno de los piratas - quizás con su mismo nombre - para cagarse a tiros! ¡Por lo menos que le toque un gurka!
-¿Y el Tuku? 2 ¡Mi hermano guaraní! Ayer cuando empezaron los cañonazos se paró con su grito de sapukái 3:
-¡Principito ladrón! ¡Vení que te espera un correntino! ¡Devolvé mis Malvina´ porá! 4
-¡La puta, qué frío que hace!

*  *  *  *  *

-¡Los Jarrier, carajo, los Jarrier! ¡Despertarse soldado! ¡Sargento las baterías antiaéreas!
¡Vamos mierda, vamos! ¡Los Jarrier! ¡Carguen y disparen! ¡Arriba cabo!
                Los Sea Harriers pasaron rasantes a tal velocidad que ni siquiera los vieron, solamente los oyeron cuando ya estaban a varios kilómetros de distancia. Atacaron algo que explotó; pero ellos nunca supieron cual blanco fue destruido, ni cuantos compatriotas murieron. A los cinco minutos solamente las gaviotas alocadas chillaban de avidez en medio de un silencio sepulcral.
                -¡Presente mi cabo! -se escuchó desde una trinchera. -¿No hay mate cocido mi cabo?
                -¡Ni mate ni galleta carajo, aguante como un macho! ¿O quiere que nos descubran por el humo?

*  *  *  *  *
               
Pasaban los días y Nahuel sentía calambres y lacerantes dolores en las pantorrillas y los pies por tenerlos mojados y estar parado durante horas en la misma posición. Sufría languidez en el estómago por falta de comida y un vacío en los intestinos debido al natural temor humano ante los reiterados bombardeos de los barcos ingleses. Además una desazón en su razonamiento le impedía comprender cual era el plan de batalla, qué general los dirigía, con qué armas se defenderían cuando el enemigo desembarcara y su duda más grande: ¿Por qué algunos coroneles o capitanes siempre tenían cigarrillos y parecía que nunca sufrían hambre? ¿Conocerían realmente el frío?
Tomó una decisión. Levantó el techo camuflado de la trinchera y le dijo a su compañero:
-Ahora vuelvo, Chapa...
-Cuidate, Negro...
Nahuel salió arrastrándose unos cuantos metros. Los que lo vieron pensaron que iba a defecar entre la mata de pajonales, pero el mestizo siguió avanzando como una lagartija. Al alejarse del campamento pudo erguir su cuerpo y seguir corriendo entre agachado y parado, o arrojarse al suelo algunos minutos para continuar a la carrera nuevamente. Su meta era un galpón de chapas grises que se divisaba no muy lejos. Al acercarse observó la casa de familia que estaba oculta por el depósito. El silencio lo asustó, pero al erguirse bien parado y atisbar, logró ver un rebaño de ovejas cuidado por un hombre y sus perros, sobre una lomada distante.
                Oyó un cacareo de gallinas dentro del cobertizo y la saliva le inundó la boca. Abrió la puerta con sumo cuidado y se alegró cuando no escucho ningún chirrido que lo delatara. Dentro del galpón lo primero que sintió fue la tibieza, la falta de viento y frío. Acostumbró su vista a las tinieblas y distinguió algunas cajas, pasto seco, pilas de turba, enseres agrícolas, y el alboroto cada vez más nítido de las aves. Habría diez gallinas dentro de un cerco y un gallo en un jaulón. Dejó caer el fusil, se quitó la campera, y entró sigilosamente en el gallinero aunque no pudo evitar el vocinglerío de las coloradas. Recogió tres o cuatro huevos frescos, salió, cerró, y se tiró en medio de un rincón. En un segundo los había cascado como le enseñó su abuela Mailén y los fue sorbiendo con placer 5. Se sintió muchísimo mejor y fue olvidando, poco a poco, en qué lugar se encontraba. Ingresando en una duermevela bienhechora escuchaba a su amada vieja india, contándole secretos mapuches, historias de los ancestros, leyendas de batallas anteriores a la Conquista del Desierto, sortilegios que únicamente lograba Quintuqeo la Machi de su tribu golpeando su kultrún. Historias de su padre hablando con orgullo de su abuelo, de sus habilidades camperas, de lazos de cuero crudo... de tantos potros domados...
                De pronto despertó sobresaltado. Una adolescente estaba parada frente a sus pies mirándolo con los ojos desorbitados de terror. Nahuel se paró de un salto diciendo:
                - ¡No, No! ¡No te asustes!
                Levantó sus brazos bien altos y con cuidado señaló el fusil tirado en el piso. Juntó sus manos en señal de ruego y luego las abrió en cruz como diciendo: - No tengo culpas, no soy dueño del odio ni la guerra, estoy solo en medio de toda la metralla, tenía mucha hambre... - Al verlo sin armas la muchacha rubia se fue calmando, relajando, y sus ojos azules fueron tomando las originales dimensiones de zafiros.
Juntó sus dedos de la mano derecha y los movió “¿Qué está haciendo aquí? Esta es mi casa...”
                El hizo el mismo gesto pero acercó y alejó la mano de su boca. “¡Hambre! ¡Comida!”
                Y entonces ocurrió un hecho prodigioso: tal vez la flecha de un maravilloso duende de nalgas regordetas; tal vez los recuerdos de su abuela convocando el ánima de la Machi, que invisible, cantando una impalpable letanía en dulces letras de Dungún, produjo la misma hechicería que antaño sufrió su tatarabuelo blanco en el Centro de Inmigrantes. La cuestión es que el mestizo observó un evento que le trastocó la mollera. Simplemente estaba parada delante de sus narices Mary Kent, hija de Jimmy Kent y Anna York, auténticos kelpers de las Falklands. Para colmo de males, cuando terminaron los gestos, la niña lo miró, apenas dibujó una sonrisa y le dijo:
    -I´m Mary 6...
                -Yo soy Nahuel Farías, argentino, hijo de gauchos y caciques mapuches. ¡Y esta también es mi Mapu!

*  *  *  *  *

    El bombardeo comenzó al día siguiente a la misma hora. Y en el mismo momento que concluyó, Nahuel abandonó la trinchera y llegó ansioso y agitado a encontrarse con Mary.
También en esta reunión el destino se hizo el tonto, dejó que los chicos se hablaran a los guiños, a las señas y de esta mezcolanza de letras y de muecas naciera un rescoldito. Sólo faltaba el amor para encenderse en fogata.
El soldado a las dos horas abrió con cautela la puerta de zinc, le dio un beso a la niña en la mejilla y regresó corriendo agazapado.

*  *  *  *  *
               
                El tercer día amaneció con un sol tan radiante como sólo brilla en la Argentina. Ni una nube en el cielo, apenas el ronco griterío de algún pájaro marino. Amainó un poco el viento por lo que calmó un tanto el frío, pero no cayó ninguna bomba: los ingleses seguro que estaban tramando alguna nueva maldad.
                Nahuel cepilló sus dientes y se lavó la cara con agua helada de un recipiente. Desprendió su campera, subió la tricota y se restregó el cuello y las axilas. Cerró el abrigo, bajó los pantalones hasta los muslos y tiritando se lavó la ingle y sus partes.
-¡Che, Negro! ¡Vení!
-¡¿Eh?! ¿Qué pasa?
-¿Adónde estás yendo vos todas las tardes? ¿Te crees que no me di cuenta?
-Chapa, por favor, ¡no me vas a delatar! Cuándo vuelva te cuento... apretame fuerte la mano... ¡Ojo Chapa, que es un secreto! Es un secreto divino... ¡Es el ángel más dulce que he conocido en mi vida! ¡Y mirá en qué lugar la vengo a encontrar, hermanito! ¡Me la regalaron La Virgencita y Nguenechén!

* * * * *
               
                Ya había comido dos huevos, y bebido un té caliente con unas galletas marrones. Estaba quieto, con los ojos cerrados, tirado sobre una manta y sosteniendo la mano de Mary sentada en cuclillas a su lado. De pronto sintió un suave beso en su mejilla, otro en los párpados, en su oreja, en la punta de la nariz; el cálido aliento de su joven amante mientras le desprendía los botones de la camisa y un poquito más ardiente besaba su cuello y la nuez. Abrió los ojos y vio la boca más húmeda y dulce que jamás hubiera visto en sus 18 años de edad. Le acarició el cabello dorado y la atrajo hacia su propia boca abierta, anhelante, sedienta; recorrió con su lengua cada papila, cada dientecillo, cada gota de saliva, cada colina y cada arroyuelo de ese golfo de almíbar y sales de mar. La acostó tiernamente y mientras le daba mil pequeños besitos le fue abriendo los botones de la blusa al mismo tiempo que ella le quitaba su camisa a los tirones, jadeando. Se descubrieron mutuamente por un par de minutos; Nahuel, de piel cobriza, pecho lampiño y musculoso. Mary, de cutis color del sonrojo, de senos erguidos, pesados, perfectos, con rosas aréolas de ostras rosadas y botones marinos de rojo coral.
                Poco a poco entrecerró sus ojos cuando sintió que ella le besaba suavemente la tetilla derecha mientras él trataba de abrir su pollera escocesa. Nahuel besó una de las gemas y luego la otra, indeciso, sin saber cuál elegir; se decidió y comenzó a succionar como si fuera un famélico niño perdido que encuentra por fin a su madre que siempre anheló. Mary desabrochó torpemente sus pantalones y los bajó como pudo hasta las rodillas, arrastrando también los calzoncillos de abrigo. Tenía los cabellos negros de su hombre entre los dedos y rasguñaba su nuca. Le fue llevando la cabeza al otro pecho y al rato, suspirando y sin palabras por fin se entregó.
                -¡Tañi Millaray! -musitó el mestizo, pero luego llevó el dedo índice a su boca: -Shssss... Te quiero, te quiero como nunca quise a nadie en mi vida.
                Y acariciando su piel besó su vientre y su pubis, un vergel dorado cuidando la perla, con sabor a mieles de algas marinas. De pronto se irguió y se miraron nuevamente. El la conoció desnuda cómo perfecta sirena; y ella vio por vez primera la potencia viril del anhelado amante deseado en todos sus sueños insomnes.
                Nahuel sólo dijo:
                -No te voy a lastimar, mi amor...
               
*  *  *  *  *

                -Chapa... después te cuento... Chapa... es divina... rubia... tiene unos ojos azules, azules como... como... el azul de mi cielo Chapita... como la... como la camiseta que u... usa el Sergio...
                -Shsss... No hablés huevón... No tragués aire que después te duele... ya viene el médico.
                -¿Por qué está tan oscuro, Chapa? ¿Quién está haciendo tanto... ruido? ¿Es el kultrún de la Machi, abuela?... Abu... Mailén... ¿Te gusta la Mary, Má?... ¿Me sale... mucha sangre Papá?
                -Calláte indio bruto... ¡Pero qué sangre ni sangre!... ¡Mirá, mirá, allá viene el doctor!
                -Abrazame querida... ¡Tengo mucho frío!... Mary... decile... al Chapa... que es como mi herma...
                -Ya sé, Negrito, ya sé que soy tu hermano... ¿Viste que no soy alcahuete?... No... ¡No te me mueras así, Nahuel! ¡¡Noo, boludo!! ¡¡Nooo!! ¡¡Hijos de mil puta y la puta madre que los parió!!
                El Chapa desesperado quiso tapar con sus manos las heridas, pero los orificios eran muy grandes.
                La sangre brotaba entre sus dedos y caía a chorros sobre la turba congelada, regando esa tierra distinta, tan lejana, pero eternamente nuestra, con el mismo color plata. Despojada de la mar, castigada por los gélidos vientos y la escarcha de la sal; yerma, donde no crece el ombú, donde no galopa el potro ni sobrevuelan los cóndores. Donde no hay surcos de arado, ni maizales, ni parrales... Pero si pudiéramos oír... sshsss… sshsss... el golpeteo de las olas removiendo los guijarros suena como grave melodía de kultrún con el parche protegiendo el hechizo. El que soñó la Machi en su niñez, cuando su gente acampaba por los pagos del Tandil: que una semilla -una solita entre tantas -hoy hallara tierra fértil. Una simiente regada con néctares del amor; de una pasión tan fuerte como grande es el destino. Un solo abrazo bastó para que ese germen brotara y creciera firme y sano, como si lo hubieran derramado sobre el humus de la pampa.
                Un solo germen de trigo - pelo negro, ojos azules - entre tantas cruces blancas.


©HECTOR GRILLO, poeta y escritor argentino. De su libro “Verónica y yo” ©2005
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA



                        

10 comentarios:

  1. Héctor, cuando comencé a leerlo, lo dejé, porque pensé en tantos jóvenes nuestros de todos lados, pero de Corrientes parecería que fueron más, claro "morochitos pelo cuzo" (quizás para quienes comandaban "valieran menos" después lo volví a leer aún llorando, ojalá esta historia de Nahuel haya sido cierta y no imaginada por vos en tu dolor, que muchos Nahueles, hayan tenido siquiera un chispazo de felicidad, igual terminé llorando
    ¡Gracias!
    Cristina Aráoz

    ResponderEliminar
  2. Una hermosísima historia de amor , en medio de sangre y fuego, en el ámbito más inesperado, entre helados horizontes pero con todos los elementos de un relato con un verdadero trasfondo, una época histórica y un romance maravillosamente contado....!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Yonilalo por tus palabras. En la historia de amor quise demostrar la "toma de la tierra" sin armas ni desastres. Solo el amor, ante la muerte insensata, de pibes de 18 años. Y que dejaron la sangre nueva, para que floreciera. Y espero sinceramente que haya quedado esta flor, en secreto, y que esté a punto de cumplir 33 años. Muchísimas gracias, cariños, Héctor Grillo

      Eliminar
  3. PARA LLORAR...
    UNA HISTORIA MUY TRISTE, DOLOR,FUEGO, SANGRE...
    SE TERMINA LLORANDO .
    CRUCES... CRUCES ... CRUCES ...
    MNDARON A LOS CABECITAS NEGRAS,A LOS MOROCHITOS PELO NEGRO, HIJOS DE GAUCHOS, CACIQUES MAPUCHES...
    A LOS POBRES CORRENTINOS , A LOS MESTIZOS LITORALEÑOS. LOS EMBARCARON CON EL DESTINO SIN SALIDA ALGUNA.EN MEDIO DE LA NADA..DONDE NO SOBREVUELA NI SIQUIERA UN CÓNDOR PERDIDO.
    ¡ QUÉ TRISTEZA !!!!!!!
    SIMPLEMENTE UN SOLO ABRAZO EN MEDIO DE TANTO DOLOR... LA MUERTE. NEGRITO VETERNAO , SIGUES DURMIENDO, DEJASTE A TUS PADRES ,A TUS HERMANOS. A TU NOVIA....ERES UN MARTIR ENTRE TANTO DOLOR Y AMOR, EN DONDE NI SIQUIERA FLAMEA NUESTRA BANDERA CELESTE Y BLANCA.. NO ALCANZAN LAS PALABRAS NI LOS GESTOS PARA SOLUCIONAR ESTE DESASTRE-

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas Gracias, Elisa. Sí, todo lo que decis es cierto. Es que hubo dos clases de Guerra de Malvinas. Una la de los dictadores, que para perpetuarse en el poder, y demostrando ser inútiles para todo servicio, enviaron a los chicos a morir gratuitamente. Y otra, la gloriosa, la verdadera Gesta de Malvinas, la que libraron estos "cabecitas" que hoy son el orgullo de todos los que tratamos de vivir y pensar mejor. No alcanzan las palabras para glorificarlos.
      Muchos cariños, Héctor Grillo

      Eliminar
  4. Gracias a vos, Cristina Araoz por tus lágrimas. Sí, la historia que narro es ficción, pero no lo que cuento en ella. Hubo demasiados "negritos" y "Nahueles" que dieron su vida, o sus miembros, para satisfacer la ineptitud asesina de aquellos "gobernantes" de turno. Ninguna palabra alcanza para narrar aquella gesta. Nuevamente gracias, cariños, Héctor Grillo

    ResponderEliminar
  5. Maria Rosa Rzepka4 de abril de 2015, 16:54

    Caramba. En este sábado de gloria...tu historia llega mientras las imágenes se van armando en el alma y la mente. Muy bueno, aunque tenga una razón de ser tan poco feliz. Un abrazo. María Rosa Rzepka.

    ResponderEliminar
  6. Muchas gracias por tus conceptos, María Rosa.
    Cariños, Héctor

    ResponderEliminar
  7. Con los ojos aún húmedos y el alma dolida, tengo que felicitarte Héctor por tu bello relato, por los comentarios sé que no es verdadero, pero anhelo fervientemente que haya habido algún Nahuel y alguna Mary, que haya podido encontrar un poco de felicidad entre tanto dolor. ¡Qué entre tantas cruces blancas haya alguien de ojos claros y pelo oscuro de 33 años, recorriéndolas! Cariños

    ResponderEliminar
  8. Muchas gracias, María Ester !!
    Yo también espero que exista algún "negrito" de ojos azules. Y lo que realmente anhelo es que, si existiera, supiera quién está debajo de la cruz blanca, y esté convencido de que algún día, de alguna manera, lo va a conocer.
    Cariños, Héctor

    ResponderEliminar