EL
REFUGIADO
La brisa helada abofeteó su rostro.
Alzó las solapas del raído sobretodo y guardó con pesar sus manos en los
bolsillos.
Corría
el mes de julio y el frío del invierno congelaba los sueños. El césped, se
había teñido de amarillo enfermizo.
Con
desesperación, el hombre añoró la primavera, pero ella estaba lejos, tan
lejanamente lejos como su patria y los rubios recuerdos en brazos de su madre.
Siempre
le había temido a todo lo extranjero. A la multitud. A la distancia. Recordó
como había llorado aquel primer día de su arribo.
Su
lenguaje resultó estéril. Sus gestos, ambiguos.
Atravesó
la Avenida del Libertador, llegó hasta el monumento de los españoles y se miró en las aguas heladas y
sucias de la fuente, después, hundió su cabeza definitivamente.
El
recuerdo final, fue el rayo de sol anidando en su torso desnudo, allá, en su amada Belgrado.
Asustado,
alcanzó a divisar la voluta de pólvora encendida del franco-tirador y el cuerpo
de su hermano dormitando en un charco de sangre.
Era primavera…
y abundaba la miel
Casi
de inmediato, sucumbió el hambre y la nostalgia.
NORBERTO PANNONE © 2007
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viernes, 14 de junio de 2013
EL REFUGIADO, de Norberto Pannone
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