Óleo pintado por (Juana Castillo) hacia 1995-96
Lo llamo "La
segadora"
Es copia de una lámina
de la cual desconozco el autor y el título
DÍA DE LA
MUJER… TRABAJADORA
Juana Castillo Escobar ®
Este
relato se lo dedico a todas las mujeres que, como yo, son TRABAJADORAS
ANÓNIMAS; a todas aquéllas que no tienen un sueldo; a todas las que jamás se
jubilarán y que son menospreciadas incluso por otras mujeres que sí salen a
trabajar fuera, y que nos llaman, con desprecio, “marujas”. Gracias a muchas de
estas “marujas”, ellas han podido llegar a donde ahora están. Yo, que he vivido
las dos etapas: trabajadora y ama de casa a la vez; ahora ama de casa y
escritora casi anónima, conozco las dos caras de la moneda y sé bien de qué
hablo (aunque no mi caso).
Recuperé la
consciencia con un terrible dolor de cabeza, también con unas náuseas que era incapaz
de dominar, más bien ellas me dominaban a mí.
Miré a mi alrededor mientras trataba de incorporarme, porque, sin saber cómo ni desde cuándo me encontraba así, me desperté tumbada en el suelo en medio de un charco de agua y, ¡oh, Dios, creo que también orina y algo más! Me sujeté en los muebles, los reconocí: eran los de mi cocina, los que estaba limpiando cuando…, cuando… ¿Qué me pasó? Con mi mano derecha me di un par de golpecitos en la sien en el intento de poner en orden mis ideas, pero no podía recordar nada. Con ambas manos me así con fuerza a uno de los cajones del mueble que está debajo de la encimera, conseguí erguirme. Me arrastré un poco y logré sentarme. Con la espalda apoyada contra el frigorífico miré de nuevo a mi alrededor: recordaba aquel cuarto rectangular, el espacio no era amplio pero sí bien aprovechado, de losetas claras y muebles blancos, de paños de cocina de felpa de algodón con flores y pájaros, los que me compró mi madre a los diecisiete años, los que iban a formar parte de mi ajuar…
- Puagh, qué tufo –dije en voz alta y me tapé la nariz con dos dedos de la mano izquierda.
Intenté echarme hacia delante, pero el mareo continuaba.
- Tengo que levantarme del suelo –exclamé dándome ánimos-, tengo que recoger toda esta porquería. Darme una ducha y tratar de saber qué me pasa.
Pero no conseguí incorporarme. Cerré los ojos por unos momentos. Estaba cansada, muy cansada…
“Bailar pegados es bailar… Corazón con corazón, en un solo rincón…, dos bailarines”…
- Jopé, me estoy volviendo medio loca, o loca del todo –murmuré-. Esa es una canción del Sergio Dalma ese; ¿qué tiene que ver con lo que me ha pasado? ¡Mecachis! Y la escalera…, ¿qué hace tirada por el suelo?
La cabeza empezó a darme vueltas, entonces vomité, eché todo, lo poco o mucho que mi cuerpo tomó en las últimas horas.
- Ahora sí que tengo que salir de aquí, aunque sea a rastras. No, a rastras no, ¡menudo caos! Llenaría toda la casa de orines, vómito y excrementos y luego ¿quién los limpia? ¿Quién? ¡Yo, por supuesto!
Como pude me puse en pie. Me quité los pantalones; las zapatillas, que estaban para tirarlas directamente al cubo de la basura; la sudadera del chándal… Me quedé en ropa interior. De puntillas caminé tambaleándome como un bebé que empieza a dar sus primeros pasos hasta la puerta de la cocina. Aferrada con ambas manos en el quicio, asomé la cabeza por el hueco. Ante mí se abría el pasillo, largo y oscuro. Sentí una especie de chasquido en el interior de mi cabeza, era como una vocecilla que me decía: “Ve hacia adelante. La primera puerta a la izquierda es el aseo”. Hice caso y, sujetándome a las paredes, con cuidado de no mancharlas, llegué hasta el cuarto de baño. Abrí la mampara de la ducha, el grifo del agua caliente y, sin quitarme ni el sujetador ni las bragas, me metí bajo el chorro del agua. Dejé que ésta corriera por mi piel, por mi pelo, al cabo de unos minutos me desnudé, puse una buena cantidad de gel en el guante de crin y me restregué bien por todo el cuerpo, no quería que sobre él quedase ni el más mínimo rastro de aquel olor nauseabundo que tanto asco me daba… El olor… Era…, amoníaco, sí amoníaco.
Entonces empecé a recordar: estaba limpiando la cocina, la parte alta de los muebles con lejía y amoníaco para desincrustar la grasa cuando algo me enervó… Algo me enervó… Aún no estaban mis ideas del todo en su sitio.
Me aclaré el cuerpo y, con la misma energía, puse un poco de champú en el hueco de mi mano y lo pasé por mi cabeza. Noté el pelo duro, tieso.
- ¿Será que ayer estuve en la pelu? Cortar, teñir y…, ¿qué más? ¿La permanente? Puede ser… No, hace mucho que no piso la pelu, es una pérdida de tiempo y dinero; no están las cosas como para andar tirando los euros. ¡Ni que sobraran…! ¡Ah, ya caigo! Fue la niña quien me cortó y peinó estas cuatro cerdas que no se dejan domar. Sí, yo le dije: “no me pongas tanta laca que luego parece que llevo la cabeza almidonada”, pero ella, nada, como si le hubiera dicho todo lo contrario. El caso es que necesita hacer prácticas con alguien, ¿con quién mejor que conmigo? Me tiene cerca, siempre a su disposición y, además, le doy una propina para sus caprichitos… Creo que voy recuperando la consciencia, pero el dolor de cabeza no se va. En cuanto salga de la ducha: a limpiar la cocina. Y, en cuanto la limpie, me daré otro agua porque, ¡menudo tufo! ¡Ay, Dios, ay Dios, algo se está quemando! Creo que es el pollo que puse en el horno… No, si ahora me mataré por andar descalza y mojada… Bueno, no ha sido tan grande el estropicio: comeremos un pollo algo carbonizado, así no hay miedo que nos entre la gripe aviar de la que tanto hablan. Me pregunto, ¿desde cuándo se constipan las aves? Siempre he tenido pájaros en casa y jamás han estornudado; y, cuando de niña iba al pueblo de los abuelos, las gallinas campaban por sus respetos y no les pasaba nada… Ya que estoy aquí, limpiaré todo esto, que luego enseguida se me quejan de que no hago nada. ¡Ya sé por qué me he caído! Al oír al locutor… ¡Qué rabia me ha dado! Tanta que, por querer apagar el transistor, he perdido pie y me he ido al suelo; casi me parto la crisma. ¡Claro todo ha sido por escuchar, de forma machacona, que hoy se celebra el día de la mujer trabajadora! ¡De la mujer tra-ba-ja-do-ra! Sólo de las trabajadoras, vamos, de las que cobran un sueldo; en ese mismo saco han metido a empresarias emergentes, a asistentas, a conductoras de autobuses y camiones, a las típicas secretarias e, incluso, a las meretrices y, que conste, que yo no tengo nada en contra de estas señoras, pero que las incluyan como trabajadoras… En realidad sí, lo son: hacen un servicio a la sociedad y cobran un sueldo por él. Pero ¿quién se acuerda de las amas de casa? Como no cobramos, no cotizamos, por lo tanto: nosotras NO TRABAJAMOS. ¡Dios, por esto es por lo que me he dado tamaña costalada! Porque nosotras no existimos. Pero trabajamos, la mayoría nos levantamos con las primeras luces y acabamos nuestra jornada bien entrada la noche. No tenemos horarios. No tenemos edad de jubilación: podemos llegar a los noventa y seguir al frente de este barco que es la casa… Y, cuando te quejas: "hoy estoy molida" enseguida escuchas un incrédulo: "¿por qué?", como si al quedarte en casa todo fuera coser y cantar. Entonces, si te dejan, te explicas: "Porque he puesto cinco lavadoras". "Bueno, pero lava ella sola". "Claro, tendría que responder yo, pero ¿quién es la guapa que se agacha para llenarla? ¿Quién está delante de ella, de rodillas, seleccionando la ropa para que no se destiñan las prendas? ¿Quién tiende la ropa? ¿Quién hace "brazos" tirando de las cuerdas para tender, y luego para destender? ¿Quién dobla la ropa? ¿Quién la guarda, la plancha, la cose en caso de que exista algún desperfecto? Además, no sólo ha sido la lavadora: he pasado el aspirador…" "Volvemos a lo mismo, aspira sólo". "Claro, también sale solo del armario, se pone solo en marcha y camina solo por la casa; y pasar la fregona por el baño, pues igual; y limpiar el aseo, lo hace el superhombre que anuncia el limpiador; y preparar la comida, tres cuartos de lo mismo; y limpiar el polvo, a estilo Embrujada: muevo la nariz y el paño pasa sólo por entre los libros y las superficies de madera; y bajar a la compra y romperme la cabeza para saber qué pongo que pueda gustar a todos; y hacer cuatro camas; y tener la comida preparada y caliente según vais llegando todos…" No, las amas de casa no trabajamos. No trabajamos fuera, pero dentro no paramos. A esto añadiré que, sin ser licenciadas ni doctoras en nada en particular (aunque alguna puede ser que sí lo sea), podemos presumir de ser unas linces en Economía pues nos las vemos y deseamos para llegar a fin de mes sin deber un euro a nadie; solemos ser buenas doctoras: nada más ver la cara de tu marido o de tus hijos, sabes que algún mal les ronda: con ponerles la mano en la frente sabemos si tienen fiebre, entonces, de inmediato, preparas un vaso con leche caliente, miel y una aspirina; o si les notas la tripa dura, algo de estómago: dieta blanda, arroz blanco, pescadito hervido…; también solemos ser buenas enfermeras: les dan de baja y no nos separamos de la cabecera de su cama; no tendremos una licenciatura en Psicología, pero sabemos cuándo les ocurre algo que necesita ser contado, y escuchamos sin límite; también solemos tener conocimientos de fisioterapia: anda, mamá, dame un masaje en el cuello, lo tengo dormido… Y así con todo. Lo malo es que nos volcamos con los demás y, lo que es peor: en la mayoría de los casos no tenemos, a la recíproca, el apoyo que, en muchísimas ocasiones, estamos pidiendo a gritos pero que nadie es capaz de ver ni dar. ¿Nos acatarramos?, con cuarenta de fiebre estamos al pie del cañón, no tenemos derecho a estar de baja. ¿Nos duelen los riñones?, seguimos en la brecha y, cuando conseguimos sentarnos, la manta eléctrica es quien nos apaña un poco. ¿Nos duele el alma?, como no lo hablemos con alguna amiga, en casa jamás hay tiempo para atender las bobadas de una pre-menopáusica porque hay fútbol, estoy conectado en el Chat hablando con una amiga, o tengo prisa porque he quedado…
- Hola, ¡qué atrasada andas hoy!
- Sí, la mañana no se me ha dado muy bien. Tengo la cabeza y los riñones…
- Yo estoy matao. ¿Qué hay de papeo?
- Pollo asado, verduras al vapor y flan.
- Este pollo se te ha chumascao un poco… Gordi, últimamente estás muy torpe.
- Los años… Y, ¿qué tal el trabajo?
- ¡Uf, ni te cuento! Si vieras las movidas que hemos tenío en la fábrica. No puedes hacerte una idea. ¡Menos mal que tú no tienes que salir de casa a ganarte los garbanzos!
- Ya. ¿Qué ha ocurrido?
- El jefe, que anda haciendo limpia. Debe de querer quedarse con el mínimo de trabajadores. Todos estamos muy cabreados… Lo único así más llamativo ha sío que Vicente nos ha pedío a todos un euro…
- ¿Para qué?
- Para comprar rosas…
- ¿No serán para el jefe?
- No. Como hoy se celebra el día de la mujer trabajadora, Chente ha querío homenajearlas. Ha sío bonito, al menos ha roto la tensión del día. Todas se han puesto muy contentas…
- Ya. Y, ¿Vicente se acordará de llevar una rosa a su mujer?
- Ni idea. Bueno, ya sabes, Mónica es como tú: sólo un ama de casa.
Miré a mi alrededor mientras trataba de incorporarme, porque, sin saber cómo ni desde cuándo me encontraba así, me desperté tumbada en el suelo en medio de un charco de agua y, ¡oh, Dios, creo que también orina y algo más! Me sujeté en los muebles, los reconocí: eran los de mi cocina, los que estaba limpiando cuando…, cuando… ¿Qué me pasó? Con mi mano derecha me di un par de golpecitos en la sien en el intento de poner en orden mis ideas, pero no podía recordar nada. Con ambas manos me así con fuerza a uno de los cajones del mueble que está debajo de la encimera, conseguí erguirme. Me arrastré un poco y logré sentarme. Con la espalda apoyada contra el frigorífico miré de nuevo a mi alrededor: recordaba aquel cuarto rectangular, el espacio no era amplio pero sí bien aprovechado, de losetas claras y muebles blancos, de paños de cocina de felpa de algodón con flores y pájaros, los que me compró mi madre a los diecisiete años, los que iban a formar parte de mi ajuar…
- Puagh, qué tufo –dije en voz alta y me tapé la nariz con dos dedos de la mano izquierda.
Intenté echarme hacia delante, pero el mareo continuaba.
- Tengo que levantarme del suelo –exclamé dándome ánimos-, tengo que recoger toda esta porquería. Darme una ducha y tratar de saber qué me pasa.
Pero no conseguí incorporarme. Cerré los ojos por unos momentos. Estaba cansada, muy cansada…
“Bailar pegados es bailar… Corazón con corazón, en un solo rincón…, dos bailarines”…
- Jopé, me estoy volviendo medio loca, o loca del todo –murmuré-. Esa es una canción del Sergio Dalma ese; ¿qué tiene que ver con lo que me ha pasado? ¡Mecachis! Y la escalera…, ¿qué hace tirada por el suelo?
La cabeza empezó a darme vueltas, entonces vomité, eché todo, lo poco o mucho que mi cuerpo tomó en las últimas horas.
- Ahora sí que tengo que salir de aquí, aunque sea a rastras. No, a rastras no, ¡menudo caos! Llenaría toda la casa de orines, vómito y excrementos y luego ¿quién los limpia? ¿Quién? ¡Yo, por supuesto!
Como pude me puse en pie. Me quité los pantalones; las zapatillas, que estaban para tirarlas directamente al cubo de la basura; la sudadera del chándal… Me quedé en ropa interior. De puntillas caminé tambaleándome como un bebé que empieza a dar sus primeros pasos hasta la puerta de la cocina. Aferrada con ambas manos en el quicio, asomé la cabeza por el hueco. Ante mí se abría el pasillo, largo y oscuro. Sentí una especie de chasquido en el interior de mi cabeza, era como una vocecilla que me decía: “Ve hacia adelante. La primera puerta a la izquierda es el aseo”. Hice caso y, sujetándome a las paredes, con cuidado de no mancharlas, llegué hasta el cuarto de baño. Abrí la mampara de la ducha, el grifo del agua caliente y, sin quitarme ni el sujetador ni las bragas, me metí bajo el chorro del agua. Dejé que ésta corriera por mi piel, por mi pelo, al cabo de unos minutos me desnudé, puse una buena cantidad de gel en el guante de crin y me restregué bien por todo el cuerpo, no quería que sobre él quedase ni el más mínimo rastro de aquel olor nauseabundo que tanto asco me daba… El olor… Era…, amoníaco, sí amoníaco.
Entonces empecé a recordar: estaba limpiando la cocina, la parte alta de los muebles con lejía y amoníaco para desincrustar la grasa cuando algo me enervó… Algo me enervó… Aún no estaban mis ideas del todo en su sitio.
Me aclaré el cuerpo y, con la misma energía, puse un poco de champú en el hueco de mi mano y lo pasé por mi cabeza. Noté el pelo duro, tieso.
- ¿Será que ayer estuve en la pelu? Cortar, teñir y…, ¿qué más? ¿La permanente? Puede ser… No, hace mucho que no piso la pelu, es una pérdida de tiempo y dinero; no están las cosas como para andar tirando los euros. ¡Ni que sobraran…! ¡Ah, ya caigo! Fue la niña quien me cortó y peinó estas cuatro cerdas que no se dejan domar. Sí, yo le dije: “no me pongas tanta laca que luego parece que llevo la cabeza almidonada”, pero ella, nada, como si le hubiera dicho todo lo contrario. El caso es que necesita hacer prácticas con alguien, ¿con quién mejor que conmigo? Me tiene cerca, siempre a su disposición y, además, le doy una propina para sus caprichitos… Creo que voy recuperando la consciencia, pero el dolor de cabeza no se va. En cuanto salga de la ducha: a limpiar la cocina. Y, en cuanto la limpie, me daré otro agua porque, ¡menudo tufo! ¡Ay, Dios, ay Dios, algo se está quemando! Creo que es el pollo que puse en el horno… No, si ahora me mataré por andar descalza y mojada… Bueno, no ha sido tan grande el estropicio: comeremos un pollo algo carbonizado, así no hay miedo que nos entre la gripe aviar de la que tanto hablan. Me pregunto, ¿desde cuándo se constipan las aves? Siempre he tenido pájaros en casa y jamás han estornudado; y, cuando de niña iba al pueblo de los abuelos, las gallinas campaban por sus respetos y no les pasaba nada… Ya que estoy aquí, limpiaré todo esto, que luego enseguida se me quejan de que no hago nada. ¡Ya sé por qué me he caído! Al oír al locutor… ¡Qué rabia me ha dado! Tanta que, por querer apagar el transistor, he perdido pie y me he ido al suelo; casi me parto la crisma. ¡Claro todo ha sido por escuchar, de forma machacona, que hoy se celebra el día de la mujer trabajadora! ¡De la mujer tra-ba-ja-do-ra! Sólo de las trabajadoras, vamos, de las que cobran un sueldo; en ese mismo saco han metido a empresarias emergentes, a asistentas, a conductoras de autobuses y camiones, a las típicas secretarias e, incluso, a las meretrices y, que conste, que yo no tengo nada en contra de estas señoras, pero que las incluyan como trabajadoras… En realidad sí, lo son: hacen un servicio a la sociedad y cobran un sueldo por él. Pero ¿quién se acuerda de las amas de casa? Como no cobramos, no cotizamos, por lo tanto: nosotras NO TRABAJAMOS. ¡Dios, por esto es por lo que me he dado tamaña costalada! Porque nosotras no existimos. Pero trabajamos, la mayoría nos levantamos con las primeras luces y acabamos nuestra jornada bien entrada la noche. No tenemos horarios. No tenemos edad de jubilación: podemos llegar a los noventa y seguir al frente de este barco que es la casa… Y, cuando te quejas: "hoy estoy molida" enseguida escuchas un incrédulo: "¿por qué?", como si al quedarte en casa todo fuera coser y cantar. Entonces, si te dejan, te explicas: "Porque he puesto cinco lavadoras". "Bueno, pero lava ella sola". "Claro, tendría que responder yo, pero ¿quién es la guapa que se agacha para llenarla? ¿Quién está delante de ella, de rodillas, seleccionando la ropa para que no se destiñan las prendas? ¿Quién tiende la ropa? ¿Quién hace "brazos" tirando de las cuerdas para tender, y luego para destender? ¿Quién dobla la ropa? ¿Quién la guarda, la plancha, la cose en caso de que exista algún desperfecto? Además, no sólo ha sido la lavadora: he pasado el aspirador…" "Volvemos a lo mismo, aspira sólo". "Claro, también sale solo del armario, se pone solo en marcha y camina solo por la casa; y pasar la fregona por el baño, pues igual; y limpiar el aseo, lo hace el superhombre que anuncia el limpiador; y preparar la comida, tres cuartos de lo mismo; y limpiar el polvo, a estilo Embrujada: muevo la nariz y el paño pasa sólo por entre los libros y las superficies de madera; y bajar a la compra y romperme la cabeza para saber qué pongo que pueda gustar a todos; y hacer cuatro camas; y tener la comida preparada y caliente según vais llegando todos…" No, las amas de casa no trabajamos. No trabajamos fuera, pero dentro no paramos. A esto añadiré que, sin ser licenciadas ni doctoras en nada en particular (aunque alguna puede ser que sí lo sea), podemos presumir de ser unas linces en Economía pues nos las vemos y deseamos para llegar a fin de mes sin deber un euro a nadie; solemos ser buenas doctoras: nada más ver la cara de tu marido o de tus hijos, sabes que algún mal les ronda: con ponerles la mano en la frente sabemos si tienen fiebre, entonces, de inmediato, preparas un vaso con leche caliente, miel y una aspirina; o si les notas la tripa dura, algo de estómago: dieta blanda, arroz blanco, pescadito hervido…; también solemos ser buenas enfermeras: les dan de baja y no nos separamos de la cabecera de su cama; no tendremos una licenciatura en Psicología, pero sabemos cuándo les ocurre algo que necesita ser contado, y escuchamos sin límite; también solemos tener conocimientos de fisioterapia: anda, mamá, dame un masaje en el cuello, lo tengo dormido… Y así con todo. Lo malo es que nos volcamos con los demás y, lo que es peor: en la mayoría de los casos no tenemos, a la recíproca, el apoyo que, en muchísimas ocasiones, estamos pidiendo a gritos pero que nadie es capaz de ver ni dar. ¿Nos acatarramos?, con cuarenta de fiebre estamos al pie del cañón, no tenemos derecho a estar de baja. ¿Nos duelen los riñones?, seguimos en la brecha y, cuando conseguimos sentarnos, la manta eléctrica es quien nos apaña un poco. ¿Nos duele el alma?, como no lo hablemos con alguna amiga, en casa jamás hay tiempo para atender las bobadas de una pre-menopáusica porque hay fútbol, estoy conectado en el Chat hablando con una amiga, o tengo prisa porque he quedado…
- Hola, ¡qué atrasada andas hoy!
- Sí, la mañana no se me ha dado muy bien. Tengo la cabeza y los riñones…
- Yo estoy matao. ¿Qué hay de papeo?
- Pollo asado, verduras al vapor y flan.
- Este pollo se te ha chumascao un poco… Gordi, últimamente estás muy torpe.
- Los años… Y, ¿qué tal el trabajo?
- ¡Uf, ni te cuento! Si vieras las movidas que hemos tenío en la fábrica. No puedes hacerte una idea. ¡Menos mal que tú no tienes que salir de casa a ganarte los garbanzos!
- Ya. ¿Qué ha ocurrido?
- El jefe, que anda haciendo limpia. Debe de querer quedarse con el mínimo de trabajadores. Todos estamos muy cabreados… Lo único así más llamativo ha sío que Vicente nos ha pedío a todos un euro…
- ¿Para qué?
- Para comprar rosas…
- ¿No serán para el jefe?
- No. Como hoy se celebra el día de la mujer trabajadora, Chente ha querío homenajearlas. Ha sío bonito, al menos ha roto la tensión del día. Todas se han puesto muy contentas…
- Ya. Y, ¿Vicente se acordará de llevar una rosa a su mujer?
- Ni idea. Bueno, ya sabes, Mónica es como tú: sólo un ama de casa.
Madrid, 12 de
Marzo de 2006
©JUANA
CASTILLO ESCOBAR, poeta y escritora española
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
______________________
Nota.- Este relato está registrado en una antología que lleva por título:
"El giraldillo (Veintiún relatos y un poema)". Núm. Expediente: 12/RTPI-004170/2006
- Núm. Solicitud: M-004098/2006 - Ref. documento: 12/029101.3/06 - Fecha: 24 de
Mayo de 2006 - Hora: 12,22.
Está publicado en el libro "MÁGICO CARNAVAL y otros relatos" - Pág. 129 - Ediciones Cardeñoso - Año: julio 2016.
Lo publiqué en este blog el 9/3/2010 y lo comparto, siete años después porque es un tema de actualidad.--
Está publicado en el libro "MÁGICO CARNAVAL y otros relatos" - Pág. 129 - Ediciones Cardeñoso - Año: julio 2016.
Lo publiqué en este blog el 9/3/2010 y lo comparto, siete años después porque es un tema de actualidad.--
Publicado por ANAUJ para Perlas de Luna el
3/08/2017 11:00:00 a. m.
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Juana Castillo Escobar
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