Bienvenidos

sábado, 2 de agosto de 2025

LAS DOS SOMBRAS - Marian Muiños - España

 





LAS DOS SOMBRAS


Privada de la luz del día, caminó a tientas, trastabillando cada vez que se le atravesaba un mueble (porque ésa era la sensación propiciada por las tinieblas, la de una horda de trastos en combate).
De nada le valían sus ojos en lo oscuro. “El amor es ciego”: la advertencia le llegaba a la memoria investida con los atavíos de su madre.
Palpaba las paredes y las yemas de sus dedos acariciaban terciopelo, mientras que por el dorso de su mano cruzaba raudamente una cucaracha.
Una náusea se apoderó de su estómago y lo estrujó igual que el amor desparejo, el amor suave y cruel oprime el apetito. “Mal de amores”. Y la admonición le traía el recuerdo del acento de su madre.
Su pie derecho –pesado y renuente a la marcha- resbaló sobre una mezcla pegajosa y le hizo perder el equilibrio. “Un paso en falso”. Y su mente acalló el origen de tal sentencia.
Maricel sacudió su cabeza, como si se descargara de una pesadilla.
No despertó, sin embargo.
Pero su brusco movimiento generó una luz artificial, proyectando dos sombras, que partieron de su cuerpo en ángulo recto, en perfectos noventa grados de incipiente incredulidad.
Supuso, al principio, que sería producto de una alucinación causada por el repentino cambio de opacidad a brillo intenso.
Sin embargo, allí seguían ella y sus dos sombras, perpendiculares y contradictorias.
Maricel no veía más allá de sus dos sombras imponentes bajo la fuente de luz, que se desplazaban a medida que ella caminaba.
El esplendor, circular y blanco, y sus dos sombras por toda compañía.
No supo por cuánto tiempo habría estado caminando. Tal vez un minuto… o la vida entera.
Imposible medir el tiempo bajo tales circunstancias.
Lo cierto es que no vio mobiliario ni palpó más nada que el móvil muro de oscuridad que limitaba su haz de luz con la distancia.
Por fin, la rutina de la eterna caminante se vio interrumpida por la percepción del ángulo inferior de una concreta puerta.
Manuel estiró su brazo derecho y su mano se topó con un picaporte frío y duro que le infundió un terror repentino y brusco. Como si la frialdad ardiera de repente. Encogió su mano y la acercó, temeroso, hacia su cuerpo. La mano sobre su corazón. Su corazón latiendo, como al galope.
Continuó deambulando otro trecho, sin intentar, ya, conquistar la abstracción del tiempo.
Nuevamente, una puerta a su derecha y, una vez más, la opción al alcance de su mano… o de su ojo, porque no se atrevió a intentar abrirla y espió por una rendija. Nada vio, sin embargo.
Tan oscuro era el lado opuesto que se regocijó insensatamente, por la suerte de poder caminar bajo la lámpara de la luna, acompañado de sus dos sombras.
Siguió, con resignada aceptación, andando por la noche infinita, y esta vez halló una puerta entreabierta.
Apoyó su oído izquierdo y creyó escuchar algo así como un canto de sirena.
Se atrevió a entrar. La puerta se cerró de golpe tras él, como empujada por un viento violento, retumbándole en el oído. Y tuvo la sensación de que había desaparecido de su lado algo importante.
Minutos antes, Maricel estaba perdiendo los sentidos. La orientación la perdió también cuando el suelo se abrió de golpe y rodó por una escalera caracol, dando un alarido y golpeándose fieramente su cuerpo.
Se incorporó, como pudo, con rapidez, como si sintiera vergüenza de que la vieran caer. Pero ¿quién?, si estaba sola. ¿Acaso se avergonzaba ante sus dos sombras?
Siguió adelante, y su paladar se llenó de sabores; a tal punto que creyó estar disfrutando de los manjares que había al otro lado de una puerta transparente.
No temió en esta ocasión. Con enérgica voluntad pulsó el picaporte.
Imposible. Estaba cerrada con llave. Se dijo a sí misma: “Ya cené, y estoy empalagada”, mientras continuaba en sonámbula carrera.
Un aroma de violetas le advirtió de la presencia de una nueva salida. En realidad, era un portón viejo y descascarado. Penetró el aroma hasta su alma, y ella dio dos pasos. Más allá del umbral reinaba la delicia y exhalaba los éxtasis más diversos, nutriéndose de un río bermejo del que brotaba como sangre, desde el ombligo de Maricel.
Horrorizada, cerró de golpe el portón.
De pronto se sintió poseída por el sentido del ridículo y se vio a sí misma desnuda ante una abertura, por donde individuos indescriptibles la observaban con curiosidad.
Se alejó corriendo. Corriendo siempre junto a su haz de luz y sus dos sombras.
“Ya no abriré otra puerta”, pensó. De inmediato vio al final de un pasillo una cancela abierta de par en par.
“No entraré”, se dijo. Y un temblor de miedo la invadió de los pies a la cabeza.
Fue entonces cuando pensó, otra vez, que todo era un sueño, pues una de sus sombras se desprendió de ella y entró y resonó un cerrojo. Mientras ella, y la sombra que le restaba se quedaban inertes, como estatuas de sal petrificada.
Con el susto del estruendo aun latiéndole en las sienes, apenas se percató de que a su lado estaba Manuel.
Ambos habían perdido sus perfiles duplicados, pero ahora ya no estaban solos en el laberinto.


© MARIÁN MUIÑOS – España
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA

No hay comentarios:

Publicar un comentario