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VENTARRÓN
Nació en los albores del
año 1920 en un conventillo de Pompeya. Era un niño inquieto, lleno de energía.
Corría todo el día por el patio en frente de las piezas, aceleraba su carrera
en el pasillo y se estrellaba patinando por las baldosas contra la puerta que
daba a la calle.
Cierto día una vecina dijo
mientras refregaba ropa en la batea: “Ese chico es un ventarrón” y desde ese
instante dejó de tener nombre y apellido. Pasó a ser para todos “Ventarrón”.
Cuando repitió quinto de
la primaria el padre lo mandó a trabajar cargando cajones y bolsas al Mercado
de Abasto. Comenzó allí el secundario de la vida.
A los pocos meses se reveló
contra la explotación en la que era sometido por migajas. Fue aprendiendo las
mañas de los más grandes desviando cajones de manzanas y cachos de bananas. De
allí al escruche fue un paso.
Por su fuerte personalidad
adquirió un liderazgo incontestable en las calles de Pompeya.
El respeto entre el
malevaje se lo ganó a fuerza de coraje. Era el que mandaba, planeaba y
ejecutaba con éxito los “trabajos” en las madrugadas sombrías, siempre haciendo
punta con decisión y violencia.
Fue creciendo y modelando una
estampa que hacía derretir corazones femeninos, era un eximio bailarín con una
sonrisa compradora y también era el más respetado en los bailes suburbanos
entre ginebra y cigarrillos. Sus romances y sus amores tenían el sello de su
sobrenombre.
Pero “Ventarrón” tenía
otros berretines, el barrio le quedó chico y como dijo el poeta: “Se fue tras
una estrella”.
Buscó otros caminos
que su fama le guiara. Fueron pasando los años y él gambeteándole al destino.
Haciéndole frente a territorios adversos. Una noche una madam de Retiro lo
buchoneó de arriba abajo y cayó en desgracia cuando en una batida la yuta lo
engayoló.
Después el tiempo
comenzó hacer lo suyo, salió de la cárcel con sus espaldas pesadas de amarguras
y en el rostro las marcas de las arrugas del sufrimiento. Anduvo de fracaso en
fracaso en los mugrientos fondines del bajo. Ya no tenía más salud para un
atraco, ni para una voz de mando, ni para carajear a un chabón en una mesa de
paño.
Mordiendo sus derrotas, en
la soledad más cruel, en la tristeza de no ser y de no haber podido, volvió por
sus glorias, volvió por sus amores, buscando refugio en el conventillo de
Pompeya. Y no encontró nada. En la pieza de sus viejos solo humedad y
cucarachas.
En el barrio hoy tallan
otros tauras que nunca oyeron hablar de su fama. Y los pocos amigos que le
quedaron del aquel entonces, lo ignoran en un dejo abstracto de piedad.
En las noches de insomnio
tirado en el catre, mientras escucha por la radio el rezongo de un bandoneón,
repasa apesadumbrado, como una película muda, las hazañas pasadas de
“Ventarrón”.
Del libro “Cuentango”
©HECTOR PELLIZZI, poeta y
escritor argentino
MIEMBRO DIRECTOR CULTURAL DE ASOLAPO ARGENTINA por ZONA OESTE de la Pcia de
BUENOS AIRES.
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