Caza mayor
Doña Clotilde se lavó y se restregó las manos con
detergente. Luego se secó con un repasador y se las masajeó una contra otra
durante un buen rato. ¡Ah! ¡La artrosis!... pero ya le habían dicho que esa enfermedad
no tiene cura y menos que menos a su edad, abuela, hágase masajes en los
nudillos y a lo sumo tómese una aspirina. ¡Nada más!
¡Sí! es fácil decirlo, pero...
además las aspirinas le provocaban ardor de estómago.
Se desató el delantal, fue hasta el
baño, se lavó la cara, los dientes - los propios y los que no lo eran - y se
peinó con un rodete, como siempre. Se masajeó la cara y las manos con una crema
que había comprado en una oferta del supermercado y se dirigió al dormitorio.
Se cambió el batón por un vestido negro, un poco más arregladito, más paquete,
que usaba siempre para hacer las compras.
Volvió a la cocina, apagó el horno y
con cuidado sacó la torta recién hecha. La colocó sobre el techo de la
heladera, alejándola un poco del gato.
- ¡Cuidadito, Chifu! ¡No te la vas a
comer! ¿Eh?
El gato, de un pelo blanco
inmaculado y ojos celestes, la escuchó y bajó la mirada somnolienta como
diciendo que sí. Él no comía postres. Estaba acostado sobre el respaldo del
sillón, al lado de la mampara de la ventana, para que le diera el solcito por
el lomo y mantenerse calentito, que era lo que más le gustaba.
Doña Clotilde se sentó en una silla
- ya le estaban doliendo un poco las rodillas - y lo miró. Era un gato hermoso,
el último regalo de su marido Francisco; se lo trajo unos pocos meses antes de
su muerte. Era un gato muy fino, eso era indudable, - vaya a saber dónde lo
compró - pero ya se estaba poniendo viejo, como su dueña. Ya no partía por la
noche cuando escuchaba maullar sensualmente a alguna felina seductora y no
peleaba con fiereza con otros gatazos por poseerla. Ahora, al oír el llamado,
solamente daba vueltas y vueltas por dentro del comedor y luego, como
comprendiendo que ya no contaba con muchas probabilidades, volvía a subir al
sillón y se dormía.
Al rato la abuela pensó que la torta
ya había recibido suficiente aire y que se había enfriado un poco; la sopesó y
la guardó dentro de la alacena.
Volvió hasta la cómoda, tomó el
frasco de colonia y se colocó unas cuantas gotas detrás de las orejas y en las
muñecas. No iba a dejar de ser coqueta porque un montón de años se le vinieron
encima. ¡No, señor! Buscó el monedero y el bastón de Francisco. Era de caña
lustrada, con regatón de caucho y mango de madera noble. Le quedaba un poco
grande; ella ya se estaba poniendo más chiquita, pero... con la artrosis en la
pierna derecha y la operación de caderas de hace unos años...
- ¡Portáte bien, Chifu! Voy al
almacén de acá a la vuelta a comprar un poco de jamón para el café con leche de
la noche. ¡Y custodiáme muy bien la casa! ¿Eh? Fijáte en la tele donde todos
los días aparecen ladrones y criminales, que entran a la comisaría por una
puerta y salen por la otra. ¡Hace poco hasta violaron en reiteradas
oportunidades a una dama de mi edad! ¡Y eso no es nada! ¡Encima le robaron una
alcancía que escondía dentro de un taper en la heladera!
El gato no supo cómo responderle: si
volver a cerrar los ojos, ignorarla, o ronronear.
- ...Rrrrmmmm.... rrrmmm...
rrrmmm... - le contestó.
- ¡Y te voy a traer una latita de
sardinas por ser tan bueno y tan compañero!
Cerró la puerta con dos vueltas de
llave y se fue caminando despacito hasta el almacén, ayudada por su bastón. Era
una tarde soleada y comenzó a contestar los saludos de los vecinos. Algunos
hacía poco tiempo que vivían en el barrio, pero a otros los conocía de toda la
vida.
-¡Buenas tardes, abuela! - le dijo
un joven.
-¡Hola, m’hijo! ¿Cómo anda su tía? -
le contestó con el tono de voz demasiado alto. Es que ya se estaba quedando un
poquitín sorda, y no se escuchaba a sí misma correctamente cuando hablaba.
-Bien, está un poquito vieja, no
más...
- ¡Viejos son los trapos, mocito!
¡Ya le va a tocar a Ud. también! - gritó -... y esperá la próstata nomás... -
pensó sonriendo.
Y doblando la esquina...
- ¡Hola Clota!
- ¡¿Qué haces, Felisa?! ¿Cómo andas
de la ciática?
- ¡Ayy! ¡Clotilde... qué dolor!!
¡¡No me puedo ni agachar a levantar un balde!!
- Sí, eso sucede, pero aguantá, hacé
un poquito de esfuerzo. Ponéte algo calentito en la cintura. Por lo menos no
estás sola, tenés al Pocho que te acompaña. Un hombre, no un gato - pensó -
¡¡No todos llegan a los 48 años de casados!! ¡¡Yo estoy contenta, hoy cobré la
pensión del Pancho!! - volvió a gritar.
- ¡¡Já!! - le contestó Felisa - ¡¡Panza llena corazón contento!!
Y despacito, despacito, llegó al
almacén; al entrar y cerrar la puerta le dejó paso a alguien que caminaba
detrás de ella, pero no le prestó mucha atención.
- ¡Buenas tardes, Clotilde! ¿Qué
necesita?
- ¡Buenas tardes, don Ramírez!
¡¡Necesito que todos las días sean tan lindos como hoy!! ¡Con este sol! Y deme 150 gramos de jamón...
- ¿Crudo o cocido?
- ¡Crudo, de ese tan rico que vende
usted! ¡Por lo menos me voy a dar un gusto ahora, que cobré la pensión! ¡Mañana
será otro día! ¡Y deme también una latita de sardinas! Estas que sean baratas,
total, son para el morrongo.
Al salir, vio que detrás de ella
salía también una señorita, que comenzó a caminar a su lado. Clotilde la
observó y le llamó la atención lo bien vestida que estaba. Usaba un trajecito
sastre color azul marino, de pollera corta, pero que no era una mini
escandalosa. Zapatos negros, muy elegantes, que hacían juego con su
portafolios, del mismo color. Debajo del saco llevaba una camisa blanca
impecable. Muy poco maquillaje y el pelo recogido.
- ¡Qué casualidad, Doña Clotilde!
¡Mire donde la encuentro, yo que iba para su casa!
- ¿A mi casa? ¿Para qué? ¿Cómo
conoce mi nombre?
- ¡Pero Doña Clotilde! ¡Yo soy
Laura, la sobrina de Blanca!
- Yo no la conozco... ¿Quién es
Blanca?
- ¡Mi tía Blanca, su amiga, que vive
en aquella esquina!... ¡Hemos estado hablando tantas veces! ¡Claro! ¡Usted no
me recuerda ahora, pero hemos charlado con mi tía muchas veces, ella vive allá
y también es pensionada como usted! Ahora está un poquito achacosa, nada más...
¡Pobrecita! Es la hermana de mi mamá, que en paz descanse...
- ¿Y usted cómo sabe mi nombre,
señorita?... ¿Y que soy pensionada?...
- ¡Laura, me llamo Laura! ¡Y trabajo
en ANSeS, la
Administración Nacional de Seguridad Social! ¡Mire mi carnet,
esta es mi credencial :
ANSeS.
|
Administradora Nacional de Seguridad Social.
|
Certificado Oficial
|
Agente Nro. 4317
|
Nombre: Laura Cattelani.
|
- ¡Ajá!.. Pero sin embargo hoy estuve en las
oficinas del P.A.M.I. y no me dijeron
nada... - dijo la abuela abriendo la puerta de su casa.
- Es que P.A.M.I. es para los
remedios, doña. ANSeS es la oficina que regula el cobro de Jubilaciones y
Pensiones - dijo Laura, entrando al pasillo sin que la anciana se lo pudiera
impedir.
- Y vengo a informarle que le han ajustado sus haberes, va a cobrar un
valioso retroactivo y un importe nuevo de su pensión.
- ¡¡Ahh!! ¡¡Bueno, por fin!! ¡Esa es
una buena noticia! - dijo Clotilde - Espere un momentito que busco mis
anteojos. Acá está un poquito oscuro para economizar unos pesos de luz, que
está tan cara ¿vio?
¡Correte, Chifu, dejá sentar a la señorita Laura!
- ¡Qué hermoso gato!
- ¡Sí, hace años que es mi única
compañía! - aseguró la anciana colocando un mantelito individual delante de la
empleada de ANSeS.
- Estuve casada 45 años con mi
querido Francisco... ¡Fui tan feliz!... Era un hombre tan fuerte, tan bueno,
trabajador... Nunca tuvimos ni un sí ni un no... Pero un día, de un momento
para el otro... - dijo la nona y sacó un pañuelito para secarse las lágrimas.
Trajo un platito y una cucharita,
una copita, la torta recién hecha y una botella con una forma antigua, medio
panzona.
- ¡Le voy a demostrar mis
habilidades mientras me cuenta de mi pensión y de lo que voy a cobrar de ahora
en adelante! - dijo, ya un poco repuesta - Esta es mi torta preferida, es de
naranjas; al medio lleva una crema también hecha de la misma fruta, pero está
bañada en chocolate, para darle un sabor un poquito más amargo. ¡Y este licor
sí que es casero! Me enseñó la receta mi abuelita. ¡Mire si tendrá años!
Además, las naranjas son las del fondo de esta casa... ¡Todo hecho con mis
propias manos!
- ¡Humm, que rica! ¡Y que licor
exquisito!... Bueno abuela - dijo Laura comiendo otra porción de torta - desde
ahora en adelante usted va a cobrar 500 pesos más que lo que cobra hoy en sus
haberes mensuales. De acuerdo a una investigación realizada por el Instituto,
se comprobó que muchas beneficiarias tenían mal liquidada su pensión. Entonces
los diputados del Congreso Nacional dictaron la Ley Nro. 14.325 para
corregir todos esos errores. ¡Y entre esos casos está el suyo, Doña Clotilde!
- ¡Ayy! ¡Hoy es mi día! ¡Qué suerte
que la encontré señorita Laura! ¿Y tengo que realizar muchos trámites para
cobrar?
- No, abuela, el mes que viene ya recibirá
la nueva liquidación. Para lo único que tiene que realizar una diligencia es
para cobrar el retroactivo - sacó una planilla - ¡Pero el suyo es de 6.425
pesos! ¿Ve? Aquí figura el importe. ¡¿Qué le parece?! ¡Es un regalo del cielo!
Solo tiene que poner una firmita aquí, la millonaria, como se le decía antes.
- ¡Ayy, Laurita, que alegría! A ver,
a ver, que me pongo los anteojos... ¿Y? ¿Te gustó la torta? ¿Y el licorcito?
Vos sos joven y podés comerlo, yo, que soy la fabricante, lo tengo prohibido...
por la diabetes, ¿viste? Igual que este peludo... todo lo dulce la cae mal...
ya está viejito también...
-... Rrrrmm...rrrmmm...rrrmmm... respondió
el viejo gato.
- Eso sí, abuelita, le tiene que
pagar al ANseS 1.000 pesos, para pagar
los sellados provinciales, los nacionales, impuesto a las ganancias, el I.V.A,
etc. etc. para cobrar el retroactivo... - dijo Laura.
- ¿Ahora? - preguntó la anciana.
- Sí... y si hoy cobró la pensión,
debe tener algún peso a mano...
- Si m’hija, ya te los traigo...
tengo guardado unos pesos y hasta debe haber algún dólar, también... es por si
me enfermo ¿viste?...
- Ya está - pensó la estafadora, que
ni se llamaba Laura ni trabajaba en ANSeS - ya
la enganché a esta vieja estúpida.
Clotilde se levantó con esfuerzo,
abrazo al Chifu, se metió en la pieza y regresó con un rollo de dinero medio
arrugado. Lo colocó sobre el aparador, mientras escuchaba a la señorita:
- Ay, abuelita, se olvidó de traerme
el carnet. Es lo único que me falta para anotar el número de beneficio...
- ¡Qué cabeza la mía! - dijo la
anciana, sin soltar al gato y entrando nuevamente en su dormitorio.
Cuando regresó no había nadie, ni la
señorita Laura Cattelani, agente Nro. 4317 de la Administradora Nacional de
Seguridad Social ¡¡Y ni un solo peso del rollo que dejó sobre el mueble!!...
Buscó para un lado... miró para el otro... ¡¡Nadie!!... Solamente estaba la
puerta de calle abierta.
Clotilde tomó el bastón, fue
caminando despacito, la cerró, y soltó al gato. Suspiró profundamente, recogió
la torta, la envolvió dentro de una bolsa vacía del supermercado, la ató y la
colocó dentro de otra bolsa de nailon. Lavó el plato, la cucharita y el vaso
con abundante agua caliente y detergente; luego los enjuagó con un poquito de
lavandina. Cuando estaba tapando y guardando la botella de licor, escuchó:
-
Biiiiipp... Biiiiipp... Biiiiipp...
-
¡Esta tecnología de hoy, Chifu... me hizo asustar! - y sacando un teléfono
celular del bolsillo, dijo, casi gritando:
- ¡Hola! ¡Hola! ¡¿Quién habla?!...
¡¡Tita!! ¿Cómo estás? ¡¿Cazaste algo hoy?!... ¡¡Yo sí!! Recién se acaba de
escapar. ¡Y salió barato! Se llevó solamente 50. Los demás eran todos falsos,
yo los había probado con el lápiz.
- ¡Linda chica la delincuente! ¡Vos
vieras! ¡Y muy bien vestida! ¡Se comió dos pedazos de torta con Dicumarol,
el raticida, ¿viste? mezclado con la
harina. ¡Y que torta! Estaba toda bañada con chocolate... con algunas gotitas
para las pulgas ¿viste? - ¡Deliciosa! - me dijo.
- Y lo bajó con unas copas de licor
de naranjas que tenía un chorrito de Paratión, “el más fuerte veneno
insecticida”, según dice la tele. Dentro de un rato ya va a estar vomitando,
con mareos incontrolables, cefaleas, convulsiones, se le van a reventar los
intestinos, y la diarrea de sangre va a ser tan explosiva que va a manchar
hasta las paredes. ¡Ah! También se le van a perforar las venas y el estómago.
Por lo menos eso es lo que dicen los prospectos. Calculo que mañana, para las
16 horas, a más tardar, ya va a ser el sepelio. ¡Una buena caza! Como decía Francisco:
- ¡Una caza mayor! - gritó la otra anciana.
- ¡Y una buena acción! ¡Muy buena!
Creo que junto con el gatito nos hemos ganado el cielo, Tita; no nos van a
frenar ni en el purgatorio. Eso sí; cuando me confiese, el sábado por la tarde,
al curita nuevo no le voy a contar nada.
¡¡A ver si me hace rezar 20 o 30 Ave Marías con el dolor
de rodillas que tengo!!
© HÉCTOR GRILLO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO
ARGENTINA
Felicitaciones al autor.me gusta su estilo
ResponderEliminar"Caza Mayor" de Héctor Grillo es una muestra de lo que es un relato bien contado
ResponderEliminarEl lenguaje coloquial hace imposible que el lector pueda, ni siquiera imaginar, el sorprendente final
Un momento amable para todos
Saludos cordiales al escritor y a todos los lectores
Mario Blacutt Mendoza
Hermosísimo relato,Hector Grillo, muy actual y creíble....Y el final inesperado....fabuloso!!!!!
ResponderEliminarMuchas gracias, Yolimalo. No solo por este comentario, sino también por los anteriores.
EliminarMuchos cariños, Héctor
MUCHÍSIMAS GRACIAS, ALEJANDRA.
ResponderEliminarCARIÑOS, HÉCTOR
Muchas gracias por todos tus conceptos, Mario.
ResponderEliminarTus palabras, - y la de los otros comentaristas - me alegran la vida.
Un abrazo, Héctor
Gran escritor, dejando en cada fragmento su corazón con profunda emoción, celebrando cada espacio y sus tiempos. MARAVILLOSO. FELICITACIONES. UN RELATO MUY ATRAPANTE.Elisa Barth.
ResponderEliminarMuchas gracias, Elisa. Me hiciste poner colorado.
ResponderEliminarCariños, Héctor