ENTRE MONTAÑAS
Quizás nunca
hemos sabido valorar la enorme fuerza de las montañas, quizás esta vida
estresante urbanista, que vivimos, nos haga mirar más al suelo que al cielo. Y
sólo basta que levantemos la vista, sobre todo en esta región, para
maravillarnos de las montañas que como puntillas de majestuosa blonda nos rodean.
Quizás tampoco
nos hemos preocupado y ni siquiera preguntarnos que como nicho de nuestra
existencia, estas magníficas catedrales de la naturaleza han tenido influencia
en nuestra historia, quizás, quizás tendríamos que ponernos a meditar.
Sentiríamos, no
sólo la ligera brisa que acaricia nuestro rostro, un aire benefactor que nos
mima, unas veces fuerte, otras suave, que quiere hacerse sentir como
diciéndonos: “Estoy aquí, os saludo” y yo suavemente dejo que se hinchen mis
pulmones mientras dejo vagar la mirada por los frondosos árboles que suben
hasta la cumbre en contraste con la corriente de agua que baja ligera hacía el
valle.
En estas montañas
donde domina el pino, pocos árboles caducifolios se dejan ver. Uno veo, muy
frondoso, donde se cobijan los abejarucos con sus flamantes picos largos y sus
múltiples colores. Si por la noche nos visitan los flamantes búhos, y las
astutas zorras a la búsqueda de alimentos, al igual que los jabalíes, que en
manada suben y bajan la montaña, el día amanece expectante, la bruma se eleva y
por los cielos cruzan las golondrinas raudas, las ardillas escalan los pinos en
busca de las deliciosas piñas que con tanto afán desgranan. El silencio es sólo
aparente, pues un hermoso mundo natural vive y pervive en una armoniosa
existencia natural.
Me siento
acariciada, voluptuosamente penetra en mi este dulce viento que me hace dormir
al va y viene de su cadencia y me siento bien, muy bien muy bien, como parte de
ella misma.
En uno de sus
picos, no el más alto por cierto, un castillo nos traslada a épocas lejanas
cuando la defensa del valle dependía de la comunicación a través de reflejos de
los espejos de un castillo a otro, los cuales avisaban de los jinetes, posibles
enemigos, que invadían el valle, pero cuando llegaban al centro del territorio
ya eran esperados, saliendo a su encuentro huestes de los guardianes locales.
Sí, me consta que
esas montañas son eternas. Un descubrimiento arqueológico en 1957 de una
necrópolis nos descubrir la existencia de un pueblo ibero de hace unos cinco
mil años y de sus contactos con fenicios, griegos y pueblos antiguos ya
desaparecidos, vemos la gran importancia, vieja y antigua de nuestra cultura
mediterránea y que estas montañas siguen abrigando y apoyando a través de
tantos siglos.
© SALOMÉ
MOLTÓ, poeta y escritora de Alcoy, Alicante, España.
MIEMBRO HONORIFICO de ASOLAPO ARGENTINA
Aquí en el Norte Argentino vivimos entre montañas, y es verdad, tienen su fuerza y su caricia que no todos valoran. Mis felicitaciones Salomé. Leticia Mure . Miembro de ASOLAPO, Tucumán. Argentina
ResponderEliminarPaisaje espectacular que entre los altos picos y montañas con figuras caprichosamente dibujadas, acarician ayudadas por las brisas, vegetaciónes tupidas alimentadas por manantialles imponentes .....Y el mar, siempre besando sus bases, y el sol infaltable compañero de tanta belleza. Así,Salomé Moltó,he visto a través de tus palabras conocedoras de esas maravillas naturales,todos los colores de esta parte imponente de España.....
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ResponderEliminarSí es verdad, las montañas nos influencian, gracias por vuestra deferencia.
ResponderEliminarSalomé