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UN RECORRIDO EN TODOS LOS SANTOS
En estas fechas, mejor el 1º de noviembre lo
denominamos el día de Todos los Santos, es la fecha emblemática para que todos
acudamos al cementerio a visitar a nuestros antepasados que yacen en tumbas y
nichos desde hace más o menos tiempo.
Y como cada año
llevo a mi madre a visitar el nicho de sus padres, mis abuelos. El falleció en
marzo de 1953, ella veinte años después. Limpiamos el mármol y las fotos,
cambiamos las flores y les mandamos un profundo recuerdo, cada año el mismo. Mi
madre les dice que ya poco tardará para reunirse con ellos, yo me siento mal,
tiro de ella para alejarnos de la calle del cementerio donde yacen tantos
fallecidos cercanos en el tiempo como muy alejados. No nos disfrazamos como los
ingleses con esas caras de vampiros y de monstruos, nuestra sensibilidad es
otra.
.-Mira el médico que me asistió en tu parto, murió muy joven, ya
yace su esposa con él. ¡Ah Marita que nos daba el catecismo en la catequesis!,
me alegra venir a verla cada año. Mi madre recorre toda la calle llena de
nichos a derecha e izquierda constatando la gran cantidad de personas de su
infancia y juventud, por momentos me da la impresión de que tiene más gente
allí que en la vida real. Yo siento el bullicio de la Feria de Cocentaina, una
feria que data del medievo, con sus representaciones medievales, sus barracones
ofreciendo embutidos, turrones, dulces caseros, artesano que conmemoran viejas
costumbres olvidadas por la voraz tecnología que nos hace perder grandes
valores en pro de un modernismo que muchas veces apenas entendemos. Y quiero irme de allí, pero mi madre sigue impertérrita su paseo, ¡0h
Rosita venía conmigo al colegio, luego íbamos a casa de la modista a aprender a
coser!.
Me doy por vencida y la acompaño silenciosamente mientras la
imagen de Eduardo Zamacoi y de su libro “Sobre el abismo”, me llega su
imperecedero mensaje cuando dice “Desde que nacemos, empieza a generarse en los
profundos de nuestro organismo la enfermedad que ha de matarnos. La muerte no
descansa: ella avanza como araña sutil a lo largo de las arterias, se
cristaliza en los huesos, se hospeda en el corazón que, según late, va
gastándose, se afirma y entroniza, fatigados por los deleites del amor y las
crueldades del trabajo...”
Aprieto la mano de mi madre a la que sujeto para que pueda
caminar, que junto a su bastón hacemos fácil su movimiento y subimos al coche,
camino de casa sintiendo este año con más fuerza, la desolación que me causa la
visita anual a la tumba de los abuelos.
©SALOMÉ MOLTÓ, poeta y escritora de Alcoy, Alicante, España.
MIEMBRO HONORÍFICO
DE ASOLAPO ARGENTINA ARGENTINA
Salomé Moltó, entrañable amiga, tu relato que nos trae el recuerdo de las amarillentas fotos que nuestras abuelas guardaban en los arcones de grandes herrajes,son como las flores marchitas de un libro,la primera carta de amor,los ahora ignorados juegos infantiles, nuestro primer Sobresaliente en la Primaria......Representan el modo de vida de los abuelos...Quién recuerda aún el ir a orar a la tumba de los abuelos,las reuniones familiares,la primera comunión.......? Por eso, nos resulta tan emocionante el relato de costumbres itálicas, españolas,etc...que es una suerte queden documentadas con tanto cariño y arte. Yolanda Elsa Solís Molina.
ResponderEliminarNadie como Salomé para lograr la forma más sencilla, detallada y sensible de describir la simpleza de una anécdota cotidiana. En este texto logra una unión íntima entre la descripción, los recuerdos, lo cotidiano, lo íntimo y una filosofía de vida absolutamente profunda.
ResponderEliminarMarián Muiños