LA VIEJA DE LA MONTAÑA
Gabriel emprendió la cuesta hacía la casa de su abuela. No estaba
muy contento, la próxima semana emprendía los cursos en la Universidad y el
piso compartido con dos estudiantes más, todavía tenía algunas cosas que
ultimar. Pero su padre había insistido tanto que no tuvo más remedio que ir a
ver a la vieja, hacía varios años que no la veía. Era la madre de su padre y al
quedar en aquel pueblecito de la montaña un tanto alejada de la ciudad las
visitas de sus familiares se habían hecho menos frecuentes. Antes tenían la
costumbre de verse por Navidad, pero al faltar el abuelo ella dijo que se
quedaba en la vieja casa de sus padres. Su hijo insistió en que bajara al
pueblo cercano a Valencia donde vivían y
donde tenían un piso lo suficientemente grande, allí ella podría ocupar una
habitación con una pequeña terraza.
.- Eres tonta con lo bien
que estarías con tu hijo y tu nuera en la capital y no aquí sola en el monte.
Sí solo tienen un hijo, una habitación
la podrías ocupar tu.
.- No, aquí estoy muy bien y muy tranquila y cuando quiero
“jaleo”, me voy al bar de Paco y allí estáis todos y sólo está de casa cien
metros.
.- En eso tienes razón. Los pocos que vamos quedando en este
pueblo de la montaña, por lo menos nos
reunimos y pasamos el rato. Le dijo su amiga Clara que además vivía en la casa
frente a la suya.
Pero aquel día en la cara
de la vieja gruñona se reflejaba una sonrisa tenue, silenciosa, miraba con
picardía. Lo notó Eulalia cuando le dio la barra de pan y el litro de leche de
todos los días.
.-¿Qué pasa, viene el novio a verte? - le dijo con guasa
.-No, mi nieto- repuso escueta y salió presurosa.
Eulalia, la hornera, se quedo un tanto sorprendida. No era
habitual que los jóvenes vinieran a ver a sus abuelas.
Cuando llegó Gabriel la
mesa estaba puesta, Rosalía había preparado un café con leche calentito y
aquellas deliciosas galletas que tanto gustaban a su nieto.
Bueno -pensó Gabriel- en media hora liquido el asunto y me largo,
un poco de conversación a la vieja y ¡huf a correr!.
Pero Gabriel se quedo mudo, no sabía qué decirle a su abuela ni de
qué hablarle. La mujer lo miraba observando que el pobre muchacho no sabía cómo
empezar una conversación que apurase medianamente bien el tiempo, el café y las
galletas.
.- Tu narración sobre las “Lagunas de Ruidera”, es preciosa.
.-¡Ha!, ¿pero la has leído?- le contesto el nieto un tanto
asombrado.
.- ¿Cómo que si la he leído?, la he disfrutado de lo lindo. Tengo
no obstante que hacerte una observación sobre la planta... Rosalía entró en detalles sobre la planta, sus
propiedades y los muchos ungüentos que había elaborado con ella. Gabriel no salía de su asombro. ¿Cómo podía su abuela
saber tanto de....
.-¡Ah no creas que sé tanto es que la cultivo en el jardín desde
siempre, ya lo hacía mi madre.
No fue media hora que
Gabriel pasó con su abuela, pasaron casi tres horas charlando de
infinidad de cosas interesantes que nunca supuso el muchacho las supiera su
abuela. De repente aquella viejita arrugada y enjuta se descubría como una
perfecta conversadora, rica en deducciones, enfoques y mil curiosidades que
maravillaron al joven universitario.
Cuando se fue
abrazó a su abuela con cariño y le prometió volver más a menudo. Bajo la cuesta
rápidamente, empezaba a oscurecer. Tenía sed y se detuvo en un bar de la
carretera, llenó el depósito de gasolina y se sentó a tomar una cerveza. Al ir
a pagar se percibió del paquete que le había dado la abuela, en el momento de
subir al coche. “El resto de las
galletas” pensó Gabriel, “siempre
hace igual, cada vez que íbamos a verla nos daba alguna golosina, ¡qué mujer!
Cuando abrió el sobre no vio galleta alguna, sino billetes de
euro, con una nota.
“Hay treinta mil euros, son años de ahorro para que emprendas y termines esa carrera de Historia que tanto
te interesa, seguro que lo logras. Tu abuela.”
Tardo mucho tiempo en
recuperarse de aquella impresión y de aceptar que lo bueno, lo honesto, lo
positivo puede, sin duda, surgir de cualquier sitio y muchas veces de donde no
lo esperas.
SALOMÉ MOLTÓ, poeta y escritora de Alcoy,
Alicante, España.
MIEMBRO HONORIFICO de ASOLAPO ARGENTINA
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