NADIE MUERE EN LAS VÍSPERAS
Presintió la claridad bañando el mísero
recinto, el alba derramada a través de ventanucos enrejados.
Las paredes de adoquines cobijando el sudor de la
humedad.
Quieto sobre la paja se arropó en la
duermevela y soñó su pueblo lejano, tan suyo, tan distinto. Su familia y sus
amigos de la infancia ya hombres; en cuclillas riendo y bebiendo cerveza de
mijo endulzada con miel.
Su mujer embarazada, desnuda sobre la
costa del río después del amor; casi una niña, hermosa como una luna azabache,
más bella que una bellísima flor de nenúfar con pétalos de alabastro.
Su hijo ¿Ya sería un joven en edad de
conocer por vez primera la quemazón de mujer con sabor a dátiles maduros?
Una gran inquietud oprimió su garganta.
Notó que su mejilla se mojaba, y la secó antes de que fuera visible a los ojos
de los otros.
En su desnudez de negro madero parecía
aún más alto y sus músculos se veían más potentes a contraluz. Tomó una jarra y
se restregó todo el cuerpo con abundante aceite de oliva y polvos dorados.
Nadie habló.
Fuera del recinto ya se oía el griterío
cruel de la turba que dominaría la jornada.
Aferró sus armas con ansiedad y se
encolumnó con los demás.
Trotaron al gran círculo, a la arena, al fuego del
sol, mientras miles de almas tragaban trozos de pan, y comenzaban a gritar
desaforadas, sedientas de sangre y sangre.
Marcharon al centro del
Coliseo.
Allí, frente al palco, con una
falsa seguridad y una triste angustia le gritaron con ímpetu guerrero al dueño
de sus vidas:
¡ Ave Cæsar, morituri te salutant !
HÉCTOR GRILLO, poeta y
escritor argentino.
MIEMBRO HONORÍFICO de ASOLAPO
ARGENTINA
|
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martes, 26 de noviembre de 2013
NADIE SE MUERE EN LAS VÍSPERAS, de Héctor Grillo, Argentina
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