LA NOVIA DE NEGRO Arrastrando la limitación de sus conocimientos y tras examinar aquel cuerpo exangüe, el galeno sentenció: “No hay nada que hacer. Se está muriendo”.
El paciente,
agotando las últimas gotas de su vida todavía tuvo tiempo de escuchar el
dictamen. Luego, la oscuridad invadió su testa haciéndole sentir la más
completa orfandad, viéndose en medio de un túnel angosto y largo, en cuyo
extremo se vislumbraba una lucecita. Conforme se acercaba a la salida el resplandor
se hacía más intenso. Una vez fuera contempló una enorme pantalla que se alzaba
ante él, y bajo ésta un puente de frágil estructura por el que debía pasar en dirección
hacia la Luz, teniendo para ello que atravesar una profunda sima de la cual crepitaba
un fuego incombustible que amenazaba alcanzarlo lamiendo las tablas.
La pantalla se
inundó de imágenes con el recuerdo de su vida. Vida malgastada entre el mal que
había causado y el bien dejado por hacer, incluso la despreocupación de pararse
en algún momento a reflexionar por el sentido de la existencia. Puro pasotismo.
Todo el tiempo lo necesitaba para satisfacer su ego.
El mundo de los
“triunfadores” se cimenta en el trípode dinero, prestigio y poder. Por eso,
siendo hombre dotado de un verbo fácil optó por probar fortuna en el mundo de
la política, y una vez situado en una zona razonable de dominio comenzó a
recibir “mordidas” a cambio de favores, gozando del reconocimiento de muchos.
Mas, no todos los rostros mostraban satisfacción. También los había embargados
por las lágrimas. Entre ellos el de una mujer embarazada. Y como era ya “don
fulano”, para evitar el escándalo, la convenció para que acudiese a un sicario
de bata blanca.
Al concluir la
proyección apareció un rótulo que decía: “Esta ha sido tu vida. Listo para
emitir sentencia”. Hasta aquel momento había sido espectador de sí mismo, pero
mirándose las manos pálidas como una pared encalada y repleta de podredumbre,
al elevar la mirada hacia la Luz sintió el peso de su miseria, escuchando en su
interior una voz que gritaba: “¡Culpable!”. Sin embargo, a pesar de la condena
sentía una especial atracción por parte de aquel intenso fulgor. Algo parecido
a una llamada. Sin saber muy bien el porqué, le sobrevino el recuerdo de aquel
viejo cura que trató en alguna ocasión de reconducirlo por el buen camino,
haciéndole entender que para el último viaje no necesitaría llevarse nada en el
“cajoncito”. Pero, como se consideraba agnóstico, no quiso escucharle y se
decía: “Hoy no, mañana” Dilatar el tiempo. Hasta que finalmente fue sorprendido
sin poder responderse por un infarto imprevisto.
Sacudido por su
culpa y a la vez el deseo de no perderse para siempre se confió a la Luz. La
voz que provenía de su interior le dejó sorprendido por el dictamen. “Puesto
que no llegaste a conocerme, a pesar de la libertad que te di, ahora que sí me
conoces te daré una oportunidad para reconstruirte. Si no lo consigues, morirás
definitivamente y tu destino será la nada eterna y no Yo. Y recuerda: no seré
Yo sino tú el que decida aceptarte o rechazarte para siempre.”
La disociación
entre materia y espíritu quedó interrumpida, encontrándose nuevamente dentro
del cuerpo que había abandonado en la fría mesa de mármol de la morgue. Poco a
poco volvieron a él sus constantes vitales. Todavía estaba estupefacto, cuando
advirtió junto a él la presencia de una bella mujer vestida de negro.
― ¿Quién eres tú
y qué haces aquí? - se interesó.
― Todos temen mi
abrazo. Soy “La Muerte”.
Por un instante,
fascinado por su belleza y resistiéndose a aceptarlo tuvo la tentación de tocar
su rostro, pero fue capaz de contenerse temiendo que fuese una máscara, y una
vez despojada de ella pudiera palpar toda su fealdad.
― Se me ha
ordenado por el que da la vida y dispone de ella que sea tu sombra durante el
tiempo que permanezcas en el mundo para hacer lo que se te ha mandado.
― ¿Tiempo…? -
¿Cuánto…? – se sobresaltó al escucharle.
― Eso ni yo lo
sé. ¡Pero, cuando se agote, serás mío! Y hay algo que debes saber. Si deseas
hacer el bien, cada intento de reconstruir el pasado te contarán cinco años del
plazo que se te ha concedido, acortándolo. ¿Llegarás a cumplir lo que se te ha
confiado? – sonrió maliciosa antes de desaparecer.
Su primera
reacción fue coger su reloj de pulsera y apretar compulsivamente la correa a su
muñeca. Ordenando la mente decidió en primer lugar devolver todo el dinero que
había obtenido de forma fraudulenta. Cuando lo hizo suspiró aliviado, a pesar
de haber quedado en la más completa miseria. Al abandonar el banco se fijó un
espejo, constatando que había envejecido. Sus cabellos comenzaron a tornarse
canosos y la frente se vio invadida por unos surcos que la cruzaban de lado a
lado. Junto a él se reflejó la imagen etérea de la dueña de la Parca.
― Acabas de
perder cinco años de tu vida y nuestra cita definitiva comienza a acortarse.
En su cabeza
martilleaba el rostro sin contorno del hijo que nunca conoció. Pensó ver a la
madre, pero como se había casado no quiso perjudicarla, padeciendo un intenso
dolor, cargando con el peso de su culpa.
Su indeseable
compañera volvió a aparecérsele.
― ¡Pero, hombre,
qué aspecto tan malo tienes! Has vuelto a envejecer otro lustro - se recreó en
su poderío maligno.
― ¡Pero… si no he
podido hacer nada! – balbució confuso.
― Es el precio
del arrepentimiento. ¿O tal vez prefieres no asumirlo y evitar la penalización?
– rió maliciosa.
― ¡No, eso no! –
se reafirmó en su propósito.
― Aunque me vaya,
permaneceré vigilándote. ¡Adiós! ¡Ay, qué cosas digo!
Sobre su
conciencia gravitaba el peso de la fama perdida de aquellos a los que
desacreditó para acreditarse ante los demás. Para restituirla convocó un Pleno,
clarificó la situación y dimitió, a sabiendas de que no sólo perdía su
prestigio, sino que habría de enfrentarse a la Justicia. Al salir de la Casa
Consistorial se le heló la sangre al percibir sobre su cuello el frío aliento
de la Muerte.
― ¡Acabas de
desperdiciar tu vida!
― Acabo de
entender que existe algo más de lo que muestra la apariencia de los sentidos.
Al caer la noche
le invadió un profundo sopor. Sus piernas se aflojaron como las de un pelele de
trapo y sus ojos se tornaron vidriosos. Al punto se presentó la Muerte con aire
de victoria. Él la miró por primera vez sin miedo, sabiendo que podría
llevárselo, pero no poseerlo, sintiendo interiormente una fuerza que le
invitaba a abandonarse a lo desconocido, entendiendo que más allá de la nada
del fin comienza la esperanza a una vida nueva, pero infinitamente mejor. Todo
lo que le pedía era confianza y entregarse a ella.
― ¡Dios mío,
ayúdame! – se le escapó el grito.
Al escucharle la
Muerte retrocedió maldiciendo y se perdió en su propia tiniebla.
Tras la
invocación quedó fundido como la lámpara que es arrancada del enchufe.
Oscuridad total. ¿La “nada” del caos? ¿O tal vez, la nada que lleva al Todo?
ÁNGEL
MEDINA – Málaga, España
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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