CARLOS GARDEL A 90 AÑOS DE SU TRÁGICO ACCIDENTE
Los artistas populares son figuras
que trascienden el medio social y son admirados por un entorno que en casos muy
especiales los hacen arquetípicos. Esos elegidos son modelos a seguir y
símbolos de aspiraciones; incluso objetos de devoción. Al forjarse la leyenda se
convierten en personajes monumentales que resaltan los aspectos virtuosos,
creando una narrativa que enriquece el imaginario colectivo, convirtiéndolos en
leyendas. De allí la creación del mito popular, que lleva a mucha
gente a identificarse con ellos hasta imitarlos, sintiendo que comparten sus
aspiraciones, luchas y valores. Siempre dejan, por lo general, una influencia
cultural significativa que incide en el lenguaje, la moda y las tendencias.
También es importante señalar que la idolatría puede ser objeto de crítica,
especialmente cuando se transforma en fanatismo o cuando los ídolos caen en
desgracia. No ha sido el caso de Carlos Gardel cuya imagen y leyenda perduran
en el tiempo.
Un 24 de junio de 1935, en el
Aeródromo Olaya Herrera de Medellín, Colombia, que hace algunos años fue
cerrado, un trágico accidente causó la muerte de 17 personas, entre ellas la de
Carlos Gardel, la máxima figura del tango argentino y de la historia popular
del continente. La terrible tragedia de la aeronave que lo transportaba
colisionó en tierra con otro avión que esperaba en la pista para levantar
vuelo.
La noticia estremeció a millones de
personas en el mundo y dejó una herida abierta en la historia del tango. A
partir de allí, durante décadas, los detalles del siniestro estuvieron rodeados
de toda clase de conjeturas, silencios oficiales y versiones contradictorias.
Aquella mañana estaban programados dos vuelos hacia la ciudad de Cali: el de la
compañía colombiana SACO y el de SCADTA, la empresa alemana que operaba en la
región. El avión de SACO, en el que viajaban Gardel y sus acompañantes, estaba
a cargo del piloto Ernesto Samper Mendoza. La aeronave de SCADTA, acababa de
aterrizar y aguardaba su salida en la precaria pista de ripio sin torre de
control ni señalización; las dos empresas formaban parte de los primeros vuelos
que comunicaban esas ciudades separadas por altas montañas.
Según el informe, el avión en el que
viajaba Gardel con su gente despegó con viento de cola y una maniobra
desaconsejada hizo que se desviara hacia fuera de la pista, para impactar con
el que esperaba alineado para levanta vuelo. El choque fue brutal: las dos
aeronaves estallaron causando la muerte de casi todos los ocupantes. Solo tres
personas sobrevivieron con heridas graves y terribles quemaduras.
A partir del horrible accidente, la
noticia empezó a difundirse por el mundo y Carlos Gardel, el “Morocho del
Abasto” o el “Zorzal Criollo”, como cariñosamente se lo llamaba, se transformó
en un mito. Estaba en el punto más alto de su carrera de cantor y
actor de cine, y temas como “El día que me quieras”, “Volver” y “Tango Bar”,
entonados por su voz incomparable, eran familiares, difundidos y tarareados en
distintos países. La ciudad de Medellín, donde había cantado la noche anterior,
era solo una escala más de la exitosa gira emprendida por Sudamérica. Si su voz
y su figura movilizaban multitudes, celebrar su llegada era el máximo
acontecimiento. Sus actuaciones y sus películas convocaban multitudes. Tenía 44
años y la terrible noticia del accidente conmocionó a miles de personas.
¿Qué había pasado? ¿Cuáles fueron las
verdaderas razones que desembocaron en esa tragedia? A partir de aquel momento
se gestó la gran duda. En especial porque no hubo una investigación penal
rigurosa ni se esclarecieron oficialmente las causas. El expediente técnico se
mantuvo fuera del alcance público, alimentando especulaciones que durante
décadas ocultaron las causas reales. Algunos conjeturaron que hubo negligencia
y omisiones; tanto es así que el análisis posterior señaló a Samper, el pionero
de la aviación en Colombia y comandante de esa nave, como principal
responsable. El avión, al parecer, despegó con el timón de profundidad mal
regulado -en posición de “nariz abajo”, como se dice técnicamente- y con viento
desfavorable. A esto se sumó la decisión de SCADTA de mantener su aeronave en
la cabecera de pista, en lugar de retirarla a un costado más seguro.
Otra investigación interna reveló
detalles más alarmantes. El primero apuntaba a que Samper había estado bebiendo
esa mañana y no contaba con la licencia habilitante para estar al mando de ese
tipo de aeronave, y que tenía como copiloto a un joven de 19 años, sin
experiencia ni conocimientos. Otra de las causas es que la carga estaba mal
distribuida y superaba el límite admitido. La falta de pericia y el contexto
técnico era muy probable que fueran determinantes. Al parecer el inexperto
copiloto no ajustó el estabilizador trasero, impidiendo el control direccional
del avión al despegar.
En la década de 1970, mi admiración
por Carlos Gardel, sumada al interés periodístico, me llevó a Madellín para
recabar algunos datos sobre el fatal accidente. Fue poco o casi nada lo que
quedaba de la tragedia. Mi trabajo fue publicado en el suplemento dominical del
diario La tercera de Santiago de Chile y posteriormente en uno
de los hebdomadarios de la editorial Abril de la Argentina. En
esos medios di a conocer los informes y mis modestas opiniones sobre el cruento
accidente. Transcribo aquellos datos.
Según pude comprobar, un año después
de la tragedia, la empresa SCADTA encomendó una investigación que culminó con
la publicación de un libro, que no aclaró demasiado e incluye los resultados
del sumario judicial. Pero, al parecer, el texto, insólitamente, fue censurado
por el gobierno colombiano y se argumentó que su contenido podía afectar
intereses diplomáticos y comerciales, ya que Pan American Airways,
la empresa estadounidense, tenía participación en ambas compañías involucradas.
Fue así que los datos reunidos por el periodismo, junto a los elementos
judiciales, quedaron archivados y décadas después, con la aparición del
expediente original y documentos filtrados, fue posible reconstruir una parte
de aquellos hechos.
Yo llegué hasta donde pude con mi
indagación. Los años habían desbaratado la realidad del momento en el que
sucedieron. Unas humedecidas carpetas no me revelaron nada nuevo. Debí
resignarme y, según creo ahora, el legado de Carlos Gardel solo merece ser
recordado menos desde la evidencia histórica que del drama emocional que
supone, ya que con su muerte no solo se perdió a un gran ser humano sino
también al máximo exponente del tango; un artista innovador, compositor, actor
y empresario que se encontraba en la cúspide de su carrera internacional, con
contratos firmados en los Estados Unidos y Europa y con muchas películas en
proceso y giras planeadas por el mundo.
Fue lamentable desde todo punto de
vista. La muerte de Gardel no solo llegó a conmover a millones, sino que
interrumpió un momento de expansión cultural y económica sin precedentes para
la música rioplatense. A pesar a las décadas que nos separan de ese trágico
día, la voz del popular “Zorzal Criollo”, junto a su música y su figura, siguen
representando la cultural de millones de personas en todo el mundo.
Como tantas cosas, ese accidente
encierra una sola verdad que acaso podemos llamar injusticia o
incurable dolor. No por los materiales errores humanos o los intereses en
juego, sino porque además nuestro genial y virtuoso artista merecía no terminar
de esa forma; pero el destino o vaya uno a saber qué secretas leyes ponen su
sello inmodificable. Han pasado 90 años y aquellas circunstancias ya son parte
del ayer; sin embargo, su voz y su figura siguen teniendo presencia y
conmoviendo a través de las casi mil grabaciones que quedaron en el disco y de
su señera figura proyectada a través del cine.
Escuché una vez al gran Vittorio
Gassman decir que la máxima expresión del dramatismo en el cine universal era
Carlos Gardel cantando en una de sus películas el tango “Sus ojos se cerraron”.
Nuestro “Zorzal”, el gran mito del tango y de la Argentina cada día canta
mejor, ¡qué duda cabe! ¡Invitó a seguir escuchando su voz y a ver su
carismática estampa porteña desde la pantalla! ¡Nunca defrauda! ¡Es único! ¡Es
un mito redivivo!
ROBERTO ALIFANO- Buenos Aires, Argentina
MIEMBRO HONORIFICO DE ASOLAPO
ARGENTINA
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